I. La visita
La muerte es una mierda y, en consecuencia, la vida es una mierda, ya que al fin y al cabo lo uno forma parte de lo otro. La única diferencia estriba en el hecho de que una vez nacemos, ya a lo largo de nuestra vida, la mayoría no nos queremos dar por muertos, sin darnos cuenta de que todos lo estamos desde que fuimos engendrados en el vientre materno. Pero eso tiene solución, y la solución es que quizás debamos morir entonces para evitar la muerte, darnos por muertos para no morir.
Ayer vino la muerte a mi casa, tocó la campanilla con sus huesudas manos, y me dijo cuál sería la fecha en la cual se pondría fin a toda mi existencia. Como siempre, con toda la discreción y educación del mundo y esa es otra; al contrario de lo que muchos piensan bajo sus estúpidos prejuicios, la muerte no era tan desagradable como me la pintaron a mí y al resto de gente. Además yo he sido de los pocos que ha tenido el privilegio de entablar conversación con ella y, si no hay nadie más que lo haya hecho hasta ahora, mi opinión es la única que cuenta, si no me tachan de loco por supuesto. La muerte siempre respeta la intimidad de aquellos clientes a los que no les va a llegar la hora inmediatamente, siempre se presenta bajo la más absoluta confidencialidad, y trata los asuntos que deba tratar con la mayor discreción posible. Algunas veces, si se me permite, con una cierta alevosía. De hecho fue así como se me presento aquel día, en el que me entregó en mano un pequeño sobre rojo, como otros tantos que suele enviar la muerte, a aquellas personas con las que desea citarse para hablar de algún tema ajeno al de su vocación, matar. Porque la muerte siempre que puede hace gala de su refinada educación, por supuesto, sin parecer ostentosa. Precisamente ahí se halla la cuestión, la educación de la muerte es de tan refinada naturaleza, que sabe hacer gala de sí misma, de una manera ociosa y sin artificios sólo con su mera presencia. Porque la muerte siempre sabe cómo decir las cosas sin hacerte sentir idiota o incluso a veces, sin hacerte sentir mortal. Como iba diciendo, la muerte hizo una metedura de pata hace años con mi abuelo, al parecer hubo un lío de apellidos y terminó con el bastante antes de lo acordado, por esa razón ella decidió hacerme saber cuál sería mi último día, para ahorrar tiempo. A primera vista no parece algo muy ventajoso, pero os aseguro que si lo es y mucho además, precisamente por todo esto me encuentro escribiendo este libro ahora, el escribir un libro aunque solo hablará de gilipolleces, es algo que ya quería hacer antes de morir y que quizás, si no hubiera sido por la llegada inminente de la muerte, lo habría seguido posponiendo hasta no haberlo hecho nunca. En cuanto a la fecha, la muerte no me dio muchos años de ventaja, pero tampoco hizo que mi vida fuera demasiado corta, un equilibrio, lo justo para vivir. Francamente, opino que vivir no es lo único que hay, mucha gente detesta la muerte, la aborrece y tiene la idea infundada de que cuanto más se viva, mejor. Pues bien yo sé que hay una fecha justa que favorece el "Status Quo" de nuestros días y nuestras distintas etapas vividas y a partir de ahí, solo nos encontramos con la agonía y el sufrimiento relativos a la vejez, digamos que todo aquel que se deje envejecer y, al margen de lo católico que sea o no, del infierno no se libra y desgraciadamente es la mayoría de gente la que lo hace, o afortunadamente porque a mí siempre me gusto sentirme alguien peculiar y fuera de lo común, alguien que nada a contracorriente o, adaptándonos a las circunstancias, se deja ahogar o más bien, si se me permite ir más lejos, prefiere aguantar sin respirar bajo el agua lo que haga falta, con tal de ver algo interesante debajo del río antes de ahogarse. El resto de la gente prefiere seguir nadando, para malgastar sus energías y contentarse con un aburrido y repetitivo paisaje.
La muerte nunca deja un cliente insatisfecho y si es así, siempre ha habido un número de reclamaciones, la culpa es de la gente mal informada, no se trata de algo banal y sin importancia joder, es vuestra muerte, tu muerte. Como también utilizas la frase "es tu vida" para hablar de cosas estúpidas como el porvenir y demás, con todo esto quiero decir que ¿para que darle mayor importancia al porvenir cuando es mucho más incierto que la muerte? El porvenir es algo, completamente inexistente y carente de sentido, vosotros diréis que precisamente por eso se le da importancia, porque el porvenir es algo que nos concierne a todos como individuos, forma parte del terreno vital mientras que la muerte, es el descanso, el fin de todo, algo demasiado obvio como para tener en cuenta porque hay que vivir y la vida es incertidumbre. Ahora bien ¿qué sentido tiene todo eso? no existe porvenir que se convierta en presente, el porvenir siempre es el porvenir, siempre es igual de incierto, porque es algo que solo podemos predecir vagamente y la mayoría de las veces, no damos con ningún acierto en nuestras especulaciones. No existe presente que se convierta en porvenir, es algo que no tiene ningún sentido lógico, sencillamente el porvenir siempre es porvenir y el presente, siempre presente. El porvenir no forma parte del terreno vital, solo es una inquietud que sí, forma parte de nuestros pensamientos ¿pero nuestros pensamientos son la vida? No lo son, no podemos permitirnos la desfachatez de considerarnos lo suficientemente "omnipotentes" como para asegurar que es la vida. pero si podemos permitirnos dar un significado a la muerte, un significado individual para cada sujeto, que en cierto modo, refleja una parte de la vida, pero el resto no lo podemos distinguir. Aún recuerdo cuando la muerte me entregó aquel misterioso sobre rojo, y se dio la vuelta después de saludarme cortésmente con la mano, andando a paso ligero supongo, que porque tendría prisa. La pregunte si accedería a la petición de invitarla a un café, en alguno de los restaurantes que se encontrasen abiertos a altas horas de la noche. Y después de que carraspeara escuché su ronca voz:
-Ya habrá tiempo para eso-dijo.
Supuse que con aquella aclaración quiso hacerme a la idea de que habría vida después de la muerte, o al menos, quedaría parte de mi conciencia, probablemente me convirtiera en un ente espiritual o algo así aunque, qué coño se, esas cosas forman parte de los temas que tratan todas las religiones y ninguna se pone de acuerdo, aquello que supuse no era más que una de todas las posibilidades. No supe muy bien a que quiso referirse con eso quizá significara que vendría en otro momento o era una invitación a que yo siguiera viviendo. A lo mejor quería decirme de una manera tan sutil como su presencia, que ya habría muchos cafés hasta que muriera y muchas otras personas interesantes con las que tomarlo, nunca se sabe cuándo se trata de la muerte. En ese momento pensé en que aún no me había enamorado "es extraño, cuanto más tiempo pasa más te vas dando cuenta de que las posibilidades de compartir tu vida con alguien terminan por desaparecer por completo, que cada vez quedan menos pero también a la vez te acomodas y ves la vida de otra manera tras superar esa barrera, esa necesidad por tener a alguien junto a ti, como si en realidad el amor no fuera más que una manera de superar tu miedo a la muerte, y cuánto más te acercases a ella y te acostumbras a su amenaza, al ser esta cada vez más inminente, menos te importaran esas cosas. El amor no es más que una falsa superación de la muerte, por eso siempre se habla del amor eterno y esas paparruchas. Que estúpido, me encuentro feliz así, no necesito a nadie, solo tengo una fecha y un montón de compromisos que cumplir, y el amor en realidad no es más que una manera de desviarse del camino"
Como decía un viejo amigo al que nunca volví a ver "piensa que todo va a terminar en lo mismo, todos acabamos en el hoyo qué más da joder". Aquel amigo desapareció y jamás volví a saber de él, era alguien genial bueno, es alguien genial. Aunque quizás se pueda decir que no existe, que para mí no es porque yo no lo percibo y eso, es más escalofriante que la muerte.
La lluvia seguía cayendo con fuerza y cuando la muerte atravesó el zaguán quise preguntarla algo:
-Ah, vale... ¡Oye espera! -después de dudar un poco, por si decía alguna estupidez proseguí con mi pregunta, antes de que se largara sin previo aviso- ¿tienes algún seudónimo con el que te suelan llamar?- pensé que la muerte, no tenía precisamente porque llamarse muerte, nadie la había visto nunca y supongo que nadie mejor que ella para saberlo.
-Señora M... Soy la señora M.
II. Alteraciones
Desde que empecé a escribir este libro me siento cada vez más muerto, mis manos están frías porque a pesar de que las estaciones se suceden una tras de otra, siempre es invierno en mi corazón, a veces en el verano se establece un cierto equilibrio, pero en invierno mis manos suelen estar más frías que de costumbre y se nota a la hora de escribir. Todo se hace más pausado, sigo un ritmo lento pero constante con la mano, que va acompasado con mis pensamientos. Trato de exteriorizarlo todo tal y como se encuentra dentro de mi mente pero, resulta difícil, porque siempre nos topamos con el límite de la realidad que nos condiciona a la hora de expresar lo que sentimos. Como lo hace en este caso con el frío de mis manos. Aunque ayuda a seguir el ritmo cuando tu mente es demasiado calenturienta, supongo que será una cuestión de contrastes.
Hoy, nada más levantarme he mirado el paisaje por la ventana, algo que siempre hacía antes de saber la fecha de mi muerte y que aún sigo haciendo. Ahora que se cuál es mi tiempo, debería tener la capacidad de deshacerme de las cosas superfluas de la vida, pero sin embargo sigo siendo el mismo, nada parece haber cambiado en mí, mis manos siguen frías y mi cabeza pendiente de todo lo que se acontece... nada. Hay algo entre toda esta trivial cotidianidad que sí que se mantiene cambiante y que antes, quizá no lo hacía, o quizá no estuviera lo suficientemente atento para darme cuenta de ello. Si fue lo segundo supongo que alguno de vosotros sabrá de qué hablo, si no me tachan de loco por supuesto. El paisaje que veo a través de la ventana se mueve de manera irregular, unas veces está aquí y otras veces esta donde no tiene que estar, allí o en ningún lugar. A veces los árboles se cambian de sitio, como si jugaran conmigo al escondite inglés, solo que a veces se permiten hacer trampas y se mueven a su voluntad delante de mis narices, como si se tratara todo de una broma que le hacen a un niño que juega por primera vez al escondite. Aunque yo sigo vivo, y lo llevo estando desde hace tiempo, pero parece que en esto de vivir siempre somos "huevito". Sólo hay algo en el paisaje que se mantiene constante: la lluvia. Solo yo y la lluvia parecemos ser las únicas presencias inexpugnables en el transcurrir de los días, también en el transcurrir de la eternidad. Siempre veo la lluvia frente a mí cuando me encuentro tras un ventanal, o sobre mi cabeza cuando me tapo con un sombrero o un paraguas, algo que termina siendo tan absurdo como romper una puerta con un hacha a sabiendas de que tenemos las llaves. La lluvia siempre se encuentra sobre nuestras cabezas, ya sea estando entre seis paredes (si consideramos el suelo como la única pared sobre la que podemos estar de pie sin abrirnos la cabeza con la que tenemos encima) o bajo un paraguas. O un sombrero que ridículamente utilizo, pues la lluvia no desaparece así como así, de igual manera que sigue la música de las esferas sigue sonando alrededor nuestra, a pesar de que uno se tape los oídos, el silencio es una utopía, aunque los paraguas son muy bonitos. Otras veces incluso la lluvia sigue ahí a pesar del Sol, como algunos dirán que el Sol siempre está ahí tras las nubes cuando llueve, la diferencia estriba en que la lluvia cuando desaparece, lo hace de verdad, es más de fiar, pero el Sol siempre se mantiene escondido. Sol traicionero tras las nubes, Sol burlesco y socarrón, que se acerca y se aleja hasta que un día desaparezca, cosa que no hará de verdad como hace la lluvia, simplemente explotará y se transformará en una absurda y hermosa nube, o en un gigantesco coño de gran densidad que al contrario de los úteros de las féminas, absorbe todo lo que se encuentra a su paso y lo aniquila, aunque también hay algún que otro coño destructor por ahí suelto, que en lugar de engendrar vida, la marchita. De todas formas siempre he creído más en aquello que desaparece a veces y luego vuelve, que en las cosas que se mantienen hay, que se muestran frente a nuestra mirada para terminar desquiciándonos. De tanto estar ahí empezamos a pensar si se trata de algo real o no, como cuando escribimos una misma palabra durante varios minutos sin parar y, con el tiempo, empezamos a cuestionarnos si esa palabra es verdadera, si existe realmente y tiene algún sentido, cosa que no ocurre cuando esa palabra se cuela a veces en nuestra vida y luego desaparece, muchas veces la esperanza es nuestro mayor vestigio. En otras palabras prefiero la lluvia a los días despejados por la claridad, y con esto puedo decir miles de cosas que no he querido decir y que probablemente, pudieron ser más cosas de haber estado en silencio, las palabras son como una neblina que se cierne sobre nuestra realidad ontológica.
Y la verdad es que parece mentira, parece una mentira la lluvia como también lo parece todo, una maravillosa mentira que necesitamos para establecer nuestra verdad, todos nos acostamos en el regazo de la mentira, y así nos apropiamos de la verdad, y de otras cosas que nunca nos pertenecieron. Parece una mentira la lluvia y el Sol, otras veces también parece una mentira la vida. Parece mentira que mi vida sea una sucesión de imágenes en intervalos, y que entre todos esos intervalos se instalen las noches que tú haces con tus propias manos de porcelana, y que se encogen hasta convertirse en un punto infinitamente pequeño, perdido en la inmensidad del azul añil del cielo y a veces, aunque pocas, en la inmensidad dorada del océano y otras veces, poco frecuentes si no imposibles, en una mirada.
Después de pensar en todas estas cosas estúpidas me he sentado en el sofá y he empezado a escuchar los saltes de Chopin, y me he quedado maravillado, llorando la armonía de sus notas. Ya sabéis quien es Chopin, aquel músico que tocaba el piano, lloraba y reía a la vez, reía como un pobre loco y lloraba como reían las sirenas. Que absurdo, las sirenas no existen.
Como iba diciendo detesto a los mentirosos, no lo he dicho ahora que lo pienso pero lo digo ahora, era eso en realidad lo que quería decir, hay tantas cosas que quiero decir aunque no quiera... Detesto a los mentirosos, los detesto tanto como me detesto a mí mismo. Estoy harto de todo este absurdo tema, ¿porque habré dicho que las sirenas no existen? claro que existen, están en todas partes cantando y llorando, ah que dije que reían... No lo recuerdo muy bien ahora mismo. Bueno si, supongo que también reían, además de llorar ¿cómo todo el mundo no? En fin que absurdo, que absurdo es todo, hoy he conseguido el número de una chica, después de recordar lo que me dijo la señora M antes de irse. Hemos quedado en el café Mussorsky, la he intentado besar y me ha derramado el café en la chaqueta, no creo que la importara besarme en realidad. Seguro que si hubiéramos estado los dos solos en una isla desierta, hubiéramos terminado besándonos como locos y amándonos como nunca nadie lo había hecho, pero no me tocó a mí ser el primer hombre ni a ella ser la primera mujer, completamente alejados de los convencionalismos y de la estúpida sociedad, en un mundo primitivo y salvaje, salvaje y acogedor. En fin, lo de amarse como nunca nadie lo ha hecho antes, ya a algunos les tuvo que tocar y puede que en realidad no fuera algo demasiado especial.
De todas formas resulta emocionante enamorarse, una aventura realmente, nada más que un juego peligroso que si te tomas demasiado en serio, te podría destrozar el alma, pero sin embargo no por ello deja de ser un juego. Un juego peligroso que, en lugar de no ser un juego para niños, como podría pensarse en un principio y dado a todas las cartas que se ponen sobre la mesa, lo es. Es un juego para niños porque cuánto más evolucionas, más en serio te lo tomas y más sufres, es un juego para niños tramposos, un intrajuego, en el sentido de que todas las trampas posibles, también forman parte de él. Es una perjura contra la moral, una perjura en el sentido de que, todas nuestras artimañas forman parte de ese "intrajuego" sobre el que se superpone el romanticismo.
Todo el mundo ha tenido una novia en párvulos, el que la haya tenido sabe de qué hablo y el que no, es una de las pocas almas atormentadas que no nacieron enamoradas y que, por lo tanto, nunca tuvieron la oportunidad de saber que al amor se acerca uno desde la inocencia, porque solo desde la inocencia que da lugar a una pequeña dosis de "ingeniosa ingenuidad" se puede crear el amor. Jugamos con los ojos vendados de inocencia para no darnos cuenta de todo lo que destruimos con nuestras manos, destrozamos corazones como si de piñatas se trataran. El amor es una comedia, que poco a poco se va enrevesando, hasta dar lugar a un drama digno de Macbeth, en realidad Macbeth es digno del amor, puesto que en esta tragicomedia o más bien come tragedia es donde reside todo lo miserables, embusteros, enamorados y honestos que somos a partes iguales. Esta come tragedia es algo mucho más complejo y maravilloso que todo lo demás, es de donde extraemos nuestra inspiración para hacer obras como Macbeth o incluso Crepúsculo, obras que intentamos hacer a la imagen y semejanza de tan abstracta emoción. Cuanto más abstracto es algo, más profundo y cuanto más profundo más generalizado, ¿no es acaso el amor todo por lo que existimos y por lo que nació el mundo? Todos giramos en torno a esa come tragedia, con un irónico nombre escondido tan bien como las artimañas que la componen: come-tragedia. Engullimos la tragedia y la digerimos, eso es el amor al fin y al cabo: una guerra de reyes, campesinos y burros, de conejos, rameras y hombres tuertos, de piratas y de princesas, de príncipes y de ranas, de gordos y de superficiales. De todos los seres en definitiva, una guerra pactada entre la intromisión y el dolor que causa la soledad, que a su vez influye en la guerra entre el amor y la muerte que, a su vez, crea la vida.
III. Espíritu
Veo una luz, al fondo. Una luz incesante y minúscula como la salida de este túnel. Camino y camino pero la luz no varía su tamaño, sigue siendo del tamaño de una superflua mota de polvo. Continúo andando, el ambiente esta húmedo y se puede apreciar un fuerte olor a azufre. Esta todo demasiado oscuro como para saber, si una silenciosa cinta corredora me arrastra hacia atrás mientras ando, y que por eso a pesar de que sigo sobre mis pasos me mantengo siempre en el mismo lugar. Me paro para ver si retrocedo aun estando quieto, pero no es así. Quien sabe, puede que ya logrará atravesar la cinta pues no siempre mantenemos el mismo ritmo al andar, inevitablemente, vamos a veces más rápido y otras más lento, casi sin darnos cuenta, de las irregularidades del arduo sendero. Camino, a paso de lagarto con la mirada al frente y el sudor deslizándose, pendiendo de la punta de mis pobladas cejas. Puede que me espere una cinta corredora más adelante, también puede que esa cinta no se esté moviendo, sino que yo al andar la haga deslizarse hacia atrás, o que lo del fondo no sea la salida del túnel sino un espejo que refleja la luz de un foco, que se encuentra colgando del techo de este apestoso túnel y me hace creer que algún día saldré de aquí, cuando en realidad cuanto más ando más arrastro la cinta y más se aleja el reflejo de la luz, eso sí es cierto lo de la cinta claro. Al cuerno si no hay ninguna salida, de todas formas esa luz sería la primera que veo en muchos años, y en cuanto la viera empezaría a admirarla como un idiota admira las estrellas. Me tiraría todo el tiempo mirando ese gigantesco foco, hasta que se quedase sin batería y tuviera que venir alguien a volverlo a poner en funcionamiento, eso claro, si no me quedo a oscuras sin nadie a quien acudir. Bueno, lo más probable es que me quede a oscuras, nadie se puede dar cuenta de que se estropeó ese estúpido foco, o a lo mejor al romperse alguien terminaría siendo avisado de alguna manera, en ese caso podría tirarle una piedra, solo para ver qué ocurre. No pierdo nada puesto que aunque tuviera luz, no tendría comida y terminaría muerto de hambre. Dentro de este túnel que ni siquiera sé si es un túnel, en ningún momento he intentado acercarme a los lados para extender mis delgados y tercos brazos y comprobar, si lo que se encuentra sobre la arrugada palma de mi mano es una húmeda y rocosa pared, o sencillamente un montón de aire de mayor valor para mi vida que el que suelo probar habitualmente, por estar inmerso en un yacimiento subterráneo. Pero hecho de lo mismo en realidad, compuesto de los mismos elementos que siempre. Tiene que ser un túnel, supongo que es un túnel dado a la luz proyectada por el espejo, cuyo reflejo se extiende hasta llegar aquí y también se proyecta sobre las paredes. También lo es por el eco de mis pasos, el ruido monótono de mis pies descalzos golpeando el suelo, emitiendo un ruido seco y cortante que supongo, atravesara todo lo que he recorrido hasta ahora, cada paso que doy emitirá un sonido que a su vez se irá proyectando sobre las paredes poco a poco y que quizá llegue a algún lugar donde haya luz, en mucho tiempo. Alguien tendrá que oírlo, alguien tendrá que oírme, si no nadie. Ahora que lo pienso parece mentira que una luz tan pequeña y lejana brille con tanta intensidad, me ciego con tan solo levantar mi mirada, cuando fijo mi mirada en ese lejano punto se abren las cortinas de un balcón y dos amantes despiertan, dos amantes que observan el mundo con incredulidad, dos amantes de los cuales, como no, el hombre siempre está despierto durante toda la noche.
Yo también estoy cansado, cansado de veras, no sé qué hago aquí andando durante tanto tiempo, ni de dónde viene ese olor azufre. Tengo la nariz congestionada y este sueño es muy aburrido, larguémonos de aquí. Quiero largarme de una vez, me pellizcare y si eso no surte ningún efecto, me abriré la cabeza contra la pared. Moriré por la vida si hace falta, sería capaz de morir por vivir, aunque sea algo que no tiene ningún mérito. Siempre se le atribuye el mérito a algo, por el sacrificio que eso supone, y a la hora de morir para vivir sacrificamos nuestra vida por la vida misma. Y no creo que haya muchas situaciones en las que se de eso, sacrificar algo por ese mismo algo, no es posible hacer eso porque no supondría ningún sacrificio, es decir, la muerte no es ningún sacrificio, pero para los suicidas sí. ¿De qué huirán esos imbéciles? lo único de lo que pueden huir es de ellos mismos, ojala pudiéramos ver nuestro ser desde otra perspectiva ajena a su interior. Todo sería más sencillo, no habría nada de lo que huir si nos mantuviéramos a una cierta distancia, sería todo más sencillo, si no fuera porque no existiría el ser si no existiera un centro, pero ese centro existe y al ser ese centro inalcanzable, no existe la cercanía ni la lejanía, luego giramos constantemente sobre nosotros mismos. Bueno, afortunadamente no es así con los sueños, salgamos de aquí de una vez.
Tres... dos... uno...
Respirar.
Respirar por fin en la realidad, ha sido un sueño horroroso, en algún momento tenía que terminar si no le ponía fin de una maldita vez. Joder, ahora me duele la cabeza. ¿De qué cojones estaba hablando?
Lo siento, me he quedado dormido, hablaba de Chopin, de la lluvia y el sol y de la sensación de levantarse una mañana de resaca y pensar que toda forma parte de un sueño, que cuando dormimos, despertamos por fin de la realidad. Que nuestra vida es un intervalo de sueños, un intervalo infinito de sueños o de realidades opuestas a la realidad, que en algún momento convergen con ella... Convergen con esa realidad que, nosotros, creemos más verdadera por el hecho de ser la única que recordamos, pero que también, cuando estamos soñando nos olvidamos de ella, y nos ubicamos en un rincón alejado del tiempo. Nos olvidamos del mundo y de dónde venimos hasta que volvemos a despertar. Creemos que la realidad es lo único que existe, lo único que tiene continuidad pero si esa continuidad depende de la memoria, también es cierto que la memoria más de una vez inventa nuestro pasado sin que nos demos cuenta, y se une a la conciencia de nuestros miedos y prejuicios para alterarlo todo. Los sueños también tienen continuidad, lo que ocurre es que no recordamos cual fue el último capítulo, porque cuando soñamos, somos como peces vagando en la subconsciencia y perdiendo la memoria a los dos segundos. O en el tiempo que nosotros consideremos dos segundos, que en realidad, es nada si somos peces, y todos somos peces cuando soñamos. Todos perdemos la memoria en ese momento solo porque, quizás, no estemos preparados para soportar las altas presiones que hay, en el fondo del abismo de nuestro subconsciente. Y acabo de darme cuenta de que no hablaba de eso en realidad, la memoria me está fallando y una vez más dudo de la realidad o la ficción del recuerdo.
Me he hecho con un billete de avión, quiero viajar, siempre he querido viajar pero nunca con tantas ganas como después de que me diera por muerto, y es que cuando llega la muerte, no hay tiempo para soñar, y la muerte solo llega cuando se piensa en ella, porque cuando llega físicamente ya no somos, y cuando no somos no llega nada. La muerte revitaliza, vaya que si lo hace, deberían usar una frase parecida para el cartel propagandístico de una agencia de viajes, o quizás podría decirse algo mejor, algo más capitalista, mas "elaborado" y falto de tacto como "Va a morir y en ningún momento después de su paso por la existencia podrá estar en Cancún, visítenos y quizás pueda regodearse de su viaje allá en la laguna estigia, si es que dejan hablar en la barcarola" o simplemente algo como "Tu vida no vale una mierda, no esperes que además sea mejor valorada que un puto billete de avión, o lo tomas o lo dejas, no nos importa una mierda tu opinión".
Dejemos a un lado todas las divagaciones y desvaríos de un pobre y viejo insolente, para centrarnos en este momento, en este preciso instante en el que me encuentro escribiendo esto en el baño del aeropuerto mientras un pobre imbécil llama a la puerta con tesón. A las 8:30 sale mi avión hacia Grecia, así que no tengo tiempo que perder, de todas formas aún queda un cuarto de hora.
Estoy en la mesa de un bar a falta de escasos minutos para que salga mi avión. El hombre de la puerta se cansó al final, me ha levantado del retrete y me ha asestado un fuerte puñetazo en la cara, aún con los pantalones bajados y he caído de bruces al suelo. No ha sido demasiado doloroso ni tampoco humillante, lo hubiera considerado humillante de no haber estado borracho. Nada es humillante estando borracho, puedes estar borracho en cualquier lugar, en un funeral, en un parto o en un aeropuerto a las siete de la mañana. El alcohol es algo que siempre se agradece y que solo puede hacerte bien, es cierto que mata y en algunos casos destroza familias ¿pero son esas razones suficientes para ser tan duros con él? la vida tampoco es buena en su totalidad, pero no dejamos de darla una y otra oportunidad a cada instante. ¿Vivir mata sabes? por eso el alcohol mata en realidad y que conste que eso ocurre algunas veces, otras sales airoso de la situación hasta que termina siendo la vida la que acaba contigo, siempre es la vida la que acaba contigo, no hay excepciones. Bueno me gustaría seguir aquí contándoos más cosas pero resulta, que tengo un vuelo que coger, quedan cinco minutos y a lo mejor podría escribir algo mas pero también resulta que soy un perro, un jodido perro callejero, un espíritu vago y errante, que no se contenta con nada siempre y cuando no haya un sofá de por medio. Me despido de vosotros amigos o detractores, que en suma sois todos lectores, adiós lectores, adiós a todos con el corazón.
Desde que empecé a escribir este libro me siento cada vez más muerto, mis manos están frías porque a pesar de que las estaciones se suceden una tras de otra, siempre es invierno en mi corazón, a veces en el verano se establece un cierto equilibrio, pero en invierno mis manos suelen estar más frías que de costumbre y se nota a la hora de escribir. Todo se hace más pausado, sigo un ritmo lento pero constante con la mano, que va acompasado con mis pensamientos. Trato de exteriorizarlo todo tal y como se encuentra dentro de mi mente pero, resulta difícil, porque siempre nos topamos con el límite de la realidad que nos condiciona a la hora de expresar lo que sentimos. Como lo hace en este caso con el frío de mis manos. Aunque ayuda a seguir el ritmo cuando tu mente es demasiado calenturienta, supongo que será una cuestión de contrastes.
Hoy, nada más levantarme he mirado el paisaje por la ventana, algo que siempre hacía antes de saber la fecha de mi muerte y que aún sigo haciendo. Ahora que se cuál es mi tiempo, debería tener la capacidad de deshacerme de las cosas superfluas de la vida, pero sin embargo sigo siendo el mismo, nada parece haber cambiado en mí, mis manos siguen frías y mi cabeza pendiente de todo lo que se acontece... nada. Hay algo entre toda esta trivial cotidianidad que sí que se mantiene cambiante y que antes, quizá no lo hacía, o quizá no estuviera lo suficientemente atento para darme cuenta de ello. Si fue lo segundo supongo que alguno de vosotros sabrá de qué hablo, si no me tachan de loco por supuesto. El paisaje que veo a través de la ventana se mueve de manera irregular, unas veces está aquí y otras veces esta donde no tiene que estar, allí o en ningún lugar. A veces los árboles se cambian de sitio, como si jugaran conmigo al escondite inglés, solo que a veces se permiten hacer trampas y se mueven a su voluntad delante de mis narices, como si se tratara todo de una broma que le hacen a un niño que juega por primera vez al escondite. Aunque yo sigo vivo, y lo llevo estando desde hace tiempo, pero parece que en esto de vivir siempre somos "huevito". Sólo hay algo en el paisaje que se mantiene constante: la lluvia. Solo yo y la lluvia parecemos ser las únicas presencias inexpugnables en el transcurrir de los días, también en el transcurrir de la eternidad. Siempre veo la lluvia frente a mí cuando me encuentro tras un ventanal, o sobre mi cabeza cuando me tapo con un sombrero o un paraguas, algo que termina siendo tan absurdo como romper una puerta con un hacha a sabiendas de que tenemos las llaves. La lluvia siempre se encuentra sobre nuestras cabezas, ya sea estando entre seis paredes (si consideramos el suelo como la única pared sobre la que podemos estar de pie sin abrirnos la cabeza con la que tenemos encima) o bajo un paraguas. O un sombrero que ridículamente utilizo, pues la lluvia no desaparece así como así, de igual manera que sigue la música de las esferas sigue sonando alrededor nuestra, a pesar de que uno se tape los oídos, el silencio es una utopía, aunque los paraguas son muy bonitos. Otras veces incluso la lluvia sigue ahí a pesar del Sol, como algunos dirán que el Sol siempre está ahí tras las nubes cuando llueve, la diferencia estriba en que la lluvia cuando desaparece, lo hace de verdad, es más de fiar, pero el Sol siempre se mantiene escondido. Sol traicionero tras las nubes, Sol burlesco y socarrón, que se acerca y se aleja hasta que un día desaparezca, cosa que no hará de verdad como hace la lluvia, simplemente explotará y se transformará en una absurda y hermosa nube, o en un gigantesco coño de gran densidad que al contrario de los úteros de las féminas, absorbe todo lo que se encuentra a su paso y lo aniquila, aunque también hay algún que otro coño destructor por ahí suelto, que en lugar de engendrar vida, la marchita. De todas formas siempre he creído más en aquello que desaparece a veces y luego vuelve, que en las cosas que se mantienen hay, que se muestran frente a nuestra mirada para terminar desquiciándonos. De tanto estar ahí empezamos a pensar si se trata de algo real o no, como cuando escribimos una misma palabra durante varios minutos sin parar y, con el tiempo, empezamos a cuestionarnos si esa palabra es verdadera, si existe realmente y tiene algún sentido, cosa que no ocurre cuando esa palabra se cuela a veces en nuestra vida y luego desaparece, muchas veces la esperanza es nuestro mayor vestigio. En otras palabras prefiero la lluvia a los días despejados por la claridad, y con esto puedo decir miles de cosas que no he querido decir y que probablemente, pudieron ser más cosas de haber estado en silencio, las palabras son como una neblina que se cierne sobre nuestra realidad ontológica.
Y la verdad es que parece mentira, parece una mentira la lluvia como también lo parece todo, una maravillosa mentira que necesitamos para establecer nuestra verdad, todos nos acostamos en el regazo de la mentira, y así nos apropiamos de la verdad, y de otras cosas que nunca nos pertenecieron. Parece una mentira la lluvia y el Sol, otras veces también parece una mentira la vida. Parece mentira que mi vida sea una sucesión de imágenes en intervalos, y que entre todos esos intervalos se instalen las noches que tú haces con tus propias manos de porcelana, y que se encogen hasta convertirse en un punto infinitamente pequeño, perdido en la inmensidad del azul añil del cielo y a veces, aunque pocas, en la inmensidad dorada del océano y otras veces, poco frecuentes si no imposibles, en una mirada.
Después de pensar en todas estas cosas estúpidas me he sentado en el sofá y he empezado a escuchar los saltes de Chopin, y me he quedado maravillado, llorando la armonía de sus notas. Ya sabéis quien es Chopin, aquel músico que tocaba el piano, lloraba y reía a la vez, reía como un pobre loco y lloraba como reían las sirenas. Que absurdo, las sirenas no existen.
Como iba diciendo detesto a los mentirosos, no lo he dicho ahora que lo pienso pero lo digo ahora, era eso en realidad lo que quería decir, hay tantas cosas que quiero decir aunque no quiera... Detesto a los mentirosos, los detesto tanto como me detesto a mí mismo. Estoy harto de todo este absurdo tema, ¿porque habré dicho que las sirenas no existen? claro que existen, están en todas partes cantando y llorando, ah que dije que reían... No lo recuerdo muy bien ahora mismo. Bueno si, supongo que también reían, además de llorar ¿cómo todo el mundo no? En fin que absurdo, que absurdo es todo, hoy he conseguido el número de una chica, después de recordar lo que me dijo la señora M antes de irse. Hemos quedado en el café Mussorsky, la he intentado besar y me ha derramado el café en la chaqueta, no creo que la importara besarme en realidad. Seguro que si hubiéramos estado los dos solos en una isla desierta, hubiéramos terminado besándonos como locos y amándonos como nunca nadie lo había hecho, pero no me tocó a mí ser el primer hombre ni a ella ser la primera mujer, completamente alejados de los convencionalismos y de la estúpida sociedad, en un mundo primitivo y salvaje, salvaje y acogedor. En fin, lo de amarse como nunca nadie lo ha hecho antes, ya a algunos les tuvo que tocar y puede que en realidad no fuera algo demasiado especial.
De todas formas resulta emocionante enamorarse, una aventura realmente, nada más que un juego peligroso que si te tomas demasiado en serio, te podría destrozar el alma, pero sin embargo no por ello deja de ser un juego. Un juego peligroso que, en lugar de no ser un juego para niños, como podría pensarse en un principio y dado a todas las cartas que se ponen sobre la mesa, lo es. Es un juego para niños porque cuánto más evolucionas, más en serio te lo tomas y más sufres, es un juego para niños tramposos, un intrajuego, en el sentido de que todas las trampas posibles, también forman parte de él. Es una perjura contra la moral, una perjura en el sentido de que, todas nuestras artimañas forman parte de ese "intrajuego" sobre el que se superpone el romanticismo.
Todo el mundo ha tenido una novia en párvulos, el que la haya tenido sabe de qué hablo y el que no, es una de las pocas almas atormentadas que no nacieron enamoradas y que, por lo tanto, nunca tuvieron la oportunidad de saber que al amor se acerca uno desde la inocencia, porque solo desde la inocencia que da lugar a una pequeña dosis de "ingeniosa ingenuidad" se puede crear el amor. Jugamos con los ojos vendados de inocencia para no darnos cuenta de todo lo que destruimos con nuestras manos, destrozamos corazones como si de piñatas se trataran. El amor es una comedia, que poco a poco se va enrevesando, hasta dar lugar a un drama digno de Macbeth, en realidad Macbeth es digno del amor, puesto que en esta tragicomedia o más bien come tragedia es donde reside todo lo miserables, embusteros, enamorados y honestos que somos a partes iguales. Esta come tragedia es algo mucho más complejo y maravilloso que todo lo demás, es de donde extraemos nuestra inspiración para hacer obras como Macbeth o incluso Crepúsculo, obras que intentamos hacer a la imagen y semejanza de tan abstracta emoción. Cuanto más abstracto es algo, más profundo y cuanto más profundo más generalizado, ¿no es acaso el amor todo por lo que existimos y por lo que nació el mundo? Todos giramos en torno a esa come tragedia, con un irónico nombre escondido tan bien como las artimañas que la componen: come-tragedia. Engullimos la tragedia y la digerimos, eso es el amor al fin y al cabo: una guerra de reyes, campesinos y burros, de conejos, rameras y hombres tuertos, de piratas y de princesas, de príncipes y de ranas, de gordos y de superficiales. De todos los seres en definitiva, una guerra pactada entre la intromisión y el dolor que causa la soledad, que a su vez influye en la guerra entre el amor y la muerte que, a su vez, crea la vida.
III. Espíritu
Veo una luz, al fondo. Una luz incesante y minúscula como la salida de este túnel. Camino y camino pero la luz no varía su tamaño, sigue siendo del tamaño de una superflua mota de polvo. Continúo andando, el ambiente esta húmedo y se puede apreciar un fuerte olor a azufre. Esta todo demasiado oscuro como para saber, si una silenciosa cinta corredora me arrastra hacia atrás mientras ando, y que por eso a pesar de que sigo sobre mis pasos me mantengo siempre en el mismo lugar. Me paro para ver si retrocedo aun estando quieto, pero no es así. Quien sabe, puede que ya logrará atravesar la cinta pues no siempre mantenemos el mismo ritmo al andar, inevitablemente, vamos a veces más rápido y otras más lento, casi sin darnos cuenta, de las irregularidades del arduo sendero. Camino, a paso de lagarto con la mirada al frente y el sudor deslizándose, pendiendo de la punta de mis pobladas cejas. Puede que me espere una cinta corredora más adelante, también puede que esa cinta no se esté moviendo, sino que yo al andar la haga deslizarse hacia atrás, o que lo del fondo no sea la salida del túnel sino un espejo que refleja la luz de un foco, que se encuentra colgando del techo de este apestoso túnel y me hace creer que algún día saldré de aquí, cuando en realidad cuanto más ando más arrastro la cinta y más se aleja el reflejo de la luz, eso sí es cierto lo de la cinta claro. Al cuerno si no hay ninguna salida, de todas formas esa luz sería la primera que veo en muchos años, y en cuanto la viera empezaría a admirarla como un idiota admira las estrellas. Me tiraría todo el tiempo mirando ese gigantesco foco, hasta que se quedase sin batería y tuviera que venir alguien a volverlo a poner en funcionamiento, eso claro, si no me quedo a oscuras sin nadie a quien acudir. Bueno, lo más probable es que me quede a oscuras, nadie se puede dar cuenta de que se estropeó ese estúpido foco, o a lo mejor al romperse alguien terminaría siendo avisado de alguna manera, en ese caso podría tirarle una piedra, solo para ver qué ocurre. No pierdo nada puesto que aunque tuviera luz, no tendría comida y terminaría muerto de hambre. Dentro de este túnel que ni siquiera sé si es un túnel, en ningún momento he intentado acercarme a los lados para extender mis delgados y tercos brazos y comprobar, si lo que se encuentra sobre la arrugada palma de mi mano es una húmeda y rocosa pared, o sencillamente un montón de aire de mayor valor para mi vida que el que suelo probar habitualmente, por estar inmerso en un yacimiento subterráneo. Pero hecho de lo mismo en realidad, compuesto de los mismos elementos que siempre. Tiene que ser un túnel, supongo que es un túnel dado a la luz proyectada por el espejo, cuyo reflejo se extiende hasta llegar aquí y también se proyecta sobre las paredes. También lo es por el eco de mis pasos, el ruido monótono de mis pies descalzos golpeando el suelo, emitiendo un ruido seco y cortante que supongo, atravesara todo lo que he recorrido hasta ahora, cada paso que doy emitirá un sonido que a su vez se irá proyectando sobre las paredes poco a poco y que quizá llegue a algún lugar donde haya luz, en mucho tiempo. Alguien tendrá que oírlo, alguien tendrá que oírme, si no nadie. Ahora que lo pienso parece mentira que una luz tan pequeña y lejana brille con tanta intensidad, me ciego con tan solo levantar mi mirada, cuando fijo mi mirada en ese lejano punto se abren las cortinas de un balcón y dos amantes despiertan, dos amantes que observan el mundo con incredulidad, dos amantes de los cuales, como no, el hombre siempre está despierto durante toda la noche.
Yo también estoy cansado, cansado de veras, no sé qué hago aquí andando durante tanto tiempo, ni de dónde viene ese olor azufre. Tengo la nariz congestionada y este sueño es muy aburrido, larguémonos de aquí. Quiero largarme de una vez, me pellizcare y si eso no surte ningún efecto, me abriré la cabeza contra la pared. Moriré por la vida si hace falta, sería capaz de morir por vivir, aunque sea algo que no tiene ningún mérito. Siempre se le atribuye el mérito a algo, por el sacrificio que eso supone, y a la hora de morir para vivir sacrificamos nuestra vida por la vida misma. Y no creo que haya muchas situaciones en las que se de eso, sacrificar algo por ese mismo algo, no es posible hacer eso porque no supondría ningún sacrificio, es decir, la muerte no es ningún sacrificio, pero para los suicidas sí. ¿De qué huirán esos imbéciles? lo único de lo que pueden huir es de ellos mismos, ojala pudiéramos ver nuestro ser desde otra perspectiva ajena a su interior. Todo sería más sencillo, no habría nada de lo que huir si nos mantuviéramos a una cierta distancia, sería todo más sencillo, si no fuera porque no existiría el ser si no existiera un centro, pero ese centro existe y al ser ese centro inalcanzable, no existe la cercanía ni la lejanía, luego giramos constantemente sobre nosotros mismos. Bueno, afortunadamente no es así con los sueños, salgamos de aquí de una vez.
Tres... dos... uno...
Respirar.
Respirar por fin en la realidad, ha sido un sueño horroroso, en algún momento tenía que terminar si no le ponía fin de una maldita vez. Joder, ahora me duele la cabeza. ¿De qué cojones estaba hablando?
Lo siento, me he quedado dormido, hablaba de Chopin, de la lluvia y el sol y de la sensación de levantarse una mañana de resaca y pensar que toda forma parte de un sueño, que cuando dormimos, despertamos por fin de la realidad. Que nuestra vida es un intervalo de sueños, un intervalo infinito de sueños o de realidades opuestas a la realidad, que en algún momento convergen con ella... Convergen con esa realidad que, nosotros, creemos más verdadera por el hecho de ser la única que recordamos, pero que también, cuando estamos soñando nos olvidamos de ella, y nos ubicamos en un rincón alejado del tiempo. Nos olvidamos del mundo y de dónde venimos hasta que volvemos a despertar. Creemos que la realidad es lo único que existe, lo único que tiene continuidad pero si esa continuidad depende de la memoria, también es cierto que la memoria más de una vez inventa nuestro pasado sin que nos demos cuenta, y se une a la conciencia de nuestros miedos y prejuicios para alterarlo todo. Los sueños también tienen continuidad, lo que ocurre es que no recordamos cual fue el último capítulo, porque cuando soñamos, somos como peces vagando en la subconsciencia y perdiendo la memoria a los dos segundos. O en el tiempo que nosotros consideremos dos segundos, que en realidad, es nada si somos peces, y todos somos peces cuando soñamos. Todos perdemos la memoria en ese momento solo porque, quizás, no estemos preparados para soportar las altas presiones que hay, en el fondo del abismo de nuestro subconsciente. Y acabo de darme cuenta de que no hablaba de eso en realidad, la memoria me está fallando y una vez más dudo de la realidad o la ficción del recuerdo.
Me he hecho con un billete de avión, quiero viajar, siempre he querido viajar pero nunca con tantas ganas como después de que me diera por muerto, y es que cuando llega la muerte, no hay tiempo para soñar, y la muerte solo llega cuando se piensa en ella, porque cuando llega físicamente ya no somos, y cuando no somos no llega nada. La muerte revitaliza, vaya que si lo hace, deberían usar una frase parecida para el cartel propagandístico de una agencia de viajes, o quizás podría decirse algo mejor, algo más capitalista, mas "elaborado" y falto de tacto como "Va a morir y en ningún momento después de su paso por la existencia podrá estar en Cancún, visítenos y quizás pueda regodearse de su viaje allá en la laguna estigia, si es que dejan hablar en la barcarola" o simplemente algo como "Tu vida no vale una mierda, no esperes que además sea mejor valorada que un puto billete de avión, o lo tomas o lo dejas, no nos importa una mierda tu opinión".
Dejemos a un lado todas las divagaciones y desvaríos de un pobre y viejo insolente, para centrarnos en este momento, en este preciso instante en el que me encuentro escribiendo esto en el baño del aeropuerto mientras un pobre imbécil llama a la puerta con tesón. A las 8:30 sale mi avión hacia Grecia, así que no tengo tiempo que perder, de todas formas aún queda un cuarto de hora.
Estoy en la mesa de un bar a falta de escasos minutos para que salga mi avión. El hombre de la puerta se cansó al final, me ha levantado del retrete y me ha asestado un fuerte puñetazo en la cara, aún con los pantalones bajados y he caído de bruces al suelo. No ha sido demasiado doloroso ni tampoco humillante, lo hubiera considerado humillante de no haber estado borracho. Nada es humillante estando borracho, puedes estar borracho en cualquier lugar, en un funeral, en un parto o en un aeropuerto a las siete de la mañana. El alcohol es algo que siempre se agradece y que solo puede hacerte bien, es cierto que mata y en algunos casos destroza familias ¿pero son esas razones suficientes para ser tan duros con él? la vida tampoco es buena en su totalidad, pero no dejamos de darla una y otra oportunidad a cada instante. ¿Vivir mata sabes? por eso el alcohol mata en realidad y que conste que eso ocurre algunas veces, otras sales airoso de la situación hasta que termina siendo la vida la que acaba contigo, siempre es la vida la que acaba contigo, no hay excepciones. Bueno me gustaría seguir aquí contándoos más cosas pero resulta, que tengo un vuelo que coger, quedan cinco minutos y a lo mejor podría escribir algo mas pero también resulta que soy un perro, un jodido perro callejero, un espíritu vago y errante, que no se contenta con nada siempre y cuando no haya un sofá de por medio. Me despido de vosotros amigos o detractores, que en suma sois todos lectores, adiós lectores, adiós a todos con el corazón.
IV. Entrañas
Es curioso cómo la gente siempre responde que el cielo es azul cuando se les hace la pregunta, es muy curioso, curioso y absurdo. El cielo nunca ha tenido un color estático, nunca lo tiene, tampoco se puede decir que sea el azul por el hecho de que la noche es azul y, aunque no se mantenga el cielo azul en todo momento durante el día, la mayor parte del tiempo sea así si le sumamos la noche. La noche es negra, negra como el tizón y, si tenemos en cuenta el argumento que expondría alguno de nuestros queridos idiotas cuya mejor arma es una sonrisa tan superficial como la distancia de aquí a Wisconsin, el cielo también es negro, negro como el tizón puesto que la mayor parte del tiempo se mantiene de ese color. No iré tan lejos de todas formas, también depende de la duración de las noches y los días aunque en realidad las noches sean días sin luz y los días siempre sean una resignación. El espectro de colores del cielo es una metáfora de la epifanía de nuestra existencia y de nuestro eterno conflicto interior. Nosotros existimos en un mundo que ya es sin nosotros pero que con nosotros es menos resignado y más volátil curiosamente a pesar de que en realidad con nosotros es más pesado. Me pregunto cuanta masa perdería la tierra si de repente desapareciéramos todos los humanos, sería como extraer todo el pelo de una bola que ha sido escupida por un gato y quedarnos con nada, con aire vacío en nuestras manos, de ese en el que siempre flotamos y que ensuciamos con nuestra respiración como peces que defecan en el agua de su propia pecera sin nadie que les aguarde y pueda limpiar sus desechos. Sólo que nosotros cagamos por la boca, cagamos palabras y también filtramos el oxígeno en nuestros pulmones para transformarlo en dióxido de carbono y contribuir un poquito más a la hecatombe de la humanidad. Es de esta manera como nosotros convertimos el mundo en una mierda en el sentido más estricto de la palabra.
Nada más llegar a el avión me he quedado absorto en mis pensamientos mientras atravesaba el estrecho pasillo que hay entre los asientos, contemplando el trasero ondulante de la azafata, es lo primero que veo siempre nada más entrar en un avión, y es que echamos menos mierda por el culo que por nuestra boca. Vi el otro día que la mierda contiene un 78% de agua, ¿y el agua tiene oxigeno no? deberíamos comer todos un poco de mierda para contribuir a un mundo mejor o al menos a hacer de nuestra boca, algo más limpio y menos infestado de bacterias. Si, la verdad es que le comería el culo a esa azafata, lo comería con saña. Ahora que lo pienso escribir un libro no es algo tan inútil teniendo en cuenta que estoy descubriendo cosas nuevas sobre mí mismo como por ejemplo mi secreta afición a la coprofilia.
Cuando un hombre me habla de la importancia de la belleza en las mujeres le digo inmediatamente que se compre un caniche y no me haga perder el tiempo con sandeces. Hablaba de curiosidades antes, y de nuevo me remito a ello, es curioso como a la par que envejecemos nos observamos cada vez más a nosotros mismos como unos pobres animales y al ser humano en general, como un montón de gorilas que descansan en la monotonía y se pudren en un vaivén entre el dolor y el hastío y entre el hastío y el dolor. Es que somos más parecidos a los gorilas de lo que creemos, la única diferencia es que ellos tienen más pelo y no "cagan" tanto.
Me he hecho con el asiento número 35 y como no, le he cedido el sitio que hay al lado de la ventana a una joven muchacha de pelo lacio con un paraguas azul del que no se ha querido despegar durante el viaje. Muchas veces en un viaje como es la vida llevamos más cosas nuestras en un sólo objeto que en una maleta repleta de artilugios inútiles. Hemos hablado del amor y de algunas absurdas medidas de seguridad que toman ciertas compañías aéreas, como la de colocar los asientos al revés para no cortarnos por la mitad con el cinturón de seguridad a lo largo de un accidente de avión. Algo tan absurdo como leer un tebeo frente a un pelotón de fusilamiento y pedirles que aguarden a que termine la historia. Aún creo recordar algún fragmento de la conversación de esta mañana:
-¿Crees en una media naranja? ¿Algo así como un amor eterno?
-Creo en los animales que se llamen las heridas
-A mí me gustaría creer que algún día seré un fantasma y podré ver el mundo sin sentir dolor y apreciar toda su belleza. Ver lo maravilloso que es lo que en un momento me pareció cruel y miserable o simplemente ignorar al ser humano y refugiarme en lo más profundo del océano y observar a todos esos tiburones inofensivos, observar todo aquello que nunca jamás nadie pudo ver y decir "¿pues vaya mierda no?" o flotar y flotar y ver a los monjes en las montañas y ya no pensar "que sabios son" sino "desde aquí arriba se pueden apreciar mejor sus calvas perfectas". Flotar y flotar hasta llegar al espacio y ver el sol y atravesarlo y luego atravesar los anillos de Saturno y el propio Saturno y atravesar Júpiter y luego hacer como que me siento encima de Plutón mientras me río para mis adentros, pensando que es imposible que un fantasma se siente en ningún lugar pero sería un gesto divertido. Seguro que si lo viera otro fantasma le parecería muy gracioso, aunque bueno, si no existiera el dolor tampoco me reiría y además es un poco absurdo pensar en un fantasma flotando en el espacio. Pero quien sabe a lo mejor en realidad no lo es, quiero decir que bueno, lo más seguro es que por eso no haya fantasmas aquí y que por eso no creemos que existen. Porque están todos dispersos por el universo, por miles de lugares mucho más interesantes que donde estamos nosotros. A lo mejor somos los vivos los que damos vida a los fantasmas, cuando pensamos en ellos, a lo mejor si ahora de repente pensara en mi abuelo y le recordara y llorase, o simplemente esbozara una amarga sonrisa el acudiría aquí. Puede que los fantasmas tengan una máquina mediante la cual, reciben el aviso de sus seres queridos y acuden a ellos enseguida, y luego de ellos depende la elección de hacernos sonreír o llorar con sus recuerdos. A lo mejor los fantasmas son más reales que nosotros y nosotros somos su reflejo, a lo mejor un fantasma está escribiendo esto, sólo a lo mejor. Solo a lo mejor la vida es una pesadilla de la cual debemos despertar.
Obviamente no la dije eso ni tampoco ella me dijo aquello, ni siquiera hablamos sobre nada trascendente, pero mentir en la literatura es la máxima consigna. Necesitamos mentir para decir la verdad, no hay límites entre la verdad y la mentira, la verdad es una mentira que converge con la realidad, y la mentira algo que converge siempre con lo que sentimos, la verdad ha de ser aceptada queramos o no, y la mentira siempre nos ofrece un agujero donde guarecernos. Digamos que de cada mil mentiras hay una verdad, pero esa verdad jamás habría existido de no existir las mentiras que la preceden. Las mentiras y la verdades, están hechas de la misma sustancia, ambas son lo mismo, solo la realidad dicta la sentencia y, para que nos vamos a engañar, si la realidad cambia y con ella, las verdades, no hay razón para creer, nunca la ha habido, pero todos lo hacemos, necesitamos creer para saber, y saber para morir.
V. Orina
El tiempo nunca estuvo de nuestra parte y, como era de esperar, me ha esperado el principio de un final inesperado. Hoy he soñado con un perro negro, un perro que escarbaba en el suelo, en busca de un hueso que probablemente estuviera allí, o en ninguna parte. En cualquier caso, los perros tienen un agudo sentido del olfato y tienen idea de por dónde van gracias a su hocico, pero mira por donde, este perro tenía el hocico destrozado, completamente desgarrado por la vida. Por una pelea con otro chucho mal parido o a causa de su torpeza, también pudo haber sido pataleado por un humano o alguien se divirtió estando ebrio, y le corto la nariz con una navaja. Sea como sea el resultado ha sido completamente inapreciable y difícil de descifrar, sus causas. El tiempo siempre cierra las heridas y deja unas terribles cicatrices tan hermosas como difíciles de descifrar. Las cicatrices son un misterio encerrado en nuestra alma, que es una botella translucida de vidrio, como cualquier otra. Como otras tantas botellas de vidrio translucido puestas de mala manera, unas sobre otras, algunas rotas y otras brillantes como el primer día, pero tan llenas de bacterias por dentro como el resto. Montones de botellas puestas de mala manera en el vertedero de la vida, la basura de la experiencia. Nuestro querido perro negro, y digo querido no por otra cosa sino porque se suele emplear a la hora de hablar de algún personaje de alguna historia, se guía ciegamente por la fe, como otros tantos humanos porque ¿quién dijo que la fe no era un asunto tanto de humanos como de animales? más bien de animales en general, y perdóneme la iglesia católica pero es que es lo mismo un mono vestido con harapos, que un mono luciendo una mitra, palabra de Dios, de un Dios de uno mismo. Y digo también nuestro perro porque es mío, pero el vertedero al que todos pertenecemos de alguien debe ser. Aunque ese alguien, este oculto bajo la tierra, como un hueso roído por las alimañas. Nuestro querido perro empezó a escarbar y a escarbar, hasta que terminó cansándose y se echó a dormir, se echó a dormir pero no se durmió, no podía dormirse. Sabía que aquel día moriría de hambre buscando algo que jamás encontraría, murió el mismo día que se encontró cara a cara con la fe. Se encontró con la fe y la fe era un montón de tierra escarbada. Nuestro querido perro, murió de frío y de hambre. Y la verdad es que hay tantos tipos de muertes de perro como de perros, como también hay tantos tipos de muertes humanas, como humanos. Dentro del género humano, también se encuentran muchos hombres y muchas mujeres, y de ellos la mujer siempre ha sido superior, siempre ha sido capaz de percibir lo imperceptible. Hay hombres de acción y de sofá, como los hay de alcohol y de agua, hay hombres que aman a las mujeres y otros que se esconden de ellas en cualquier lugar donde no de ni el sol, ni la lluvia. También hay hombres exitosos y otros que se encuentran agazapados en el rincón del miedo, escondiéndose de ellos mismos y del mundo. Yo soy uno de esos hombres, soy el miedo asomándose dentro de ti, soy un escalofrío que recorre tus entrañas y las revuelve hasta convertirlas en algo parecido a un ovillo de lana, solo que si lo tocas duele y tiene un apestoso hedor a alcantarilla. En cualquier caso el dolor siempre está ahí, cobrando la forma de un perro negro o de un corazón agujereado. El dolor siempre está presente frente a nosotros, como un éter que flota sobre nuestras cabezas, un éter que de vez en cuando nos da un golpecito en el cerebro después de pasar a través de nuestras fosas nasales y nos hace flipar como nunca. Quizá lo único bueno que nos podamos llevar de esta vida sea el dolor, cuanto más azotado has sido por él, mas has aprendido de la vida y hay gente que ha aprendido tanto, que no quiere vivir más. Siempre ha estado ahí, el dolor si, el mismo, lo que ocurre es que a causa de la cotidianeidad, hemos terminado asumiéndolo cada vez con más naturalidad y casi nos hemos olvidado de su presencia. Pero aun así, cada día miramos al diablo a los ojos y nos preguntamos que quienes somos en este mundo, tan lleno de odio y rencor, tan retorcido y podrido por dentro, como una manzana infestada de gusanos en su interior. Cada día nos lo preguntamos, con el mismo fervor aún sin darnos cuenta, y nos retorcemos por dentro como un estropajo y echamos todas nuestras entrañas por nuestros agujeros, ya sea en forma de lágrimas de cristal, de menstruación u orina. Depende del momento. Pero el tiempo nunca estuvo de nuestra parte, y mucho menos de la mía. Así que aquí me encuentro, perdido en un hostal de una de las empinadas calles de la isla de Creta, una de los montones de islas que pertenecen a uno de los montones de océanos, de uno de los montones de planetas que se encuentran en una de todas las galaxias, que se encuentran en un diente de ajo. Tras salir del Heraklion, he llamado a un taxi y, justo en el momento de abrir la puerta, la chica del paraguas azul me ha ofrecido un trabajo en uno de los restaurantes de su padre. Al parecer, es un hombre bastante adinerado y tiene varios restaurantes dispersos por Creta, incluso algunos alrededor de la península, en la costa. Los griegos son muy guapos, y las personas feas causamos un cierto espanto a los velezanos, por eso ha resultado algo extraño que Laila me ofreciera un techo, en una de las habitaciones del hostal donde ella vive y que esta sobre mi futuro lugar de trabajo. Laila, como la canción de Eric Clapton, recuerdo cuando la escuchaba siendo adolescente, quien sabe a lo mejor todo esto ya estaba escrito, solo a lo mejor. Las luces de la ciudad parecen estrellas fugaces, recorriendo la inmensidad de lo desconocido, estrellas que se disparan hacia nuestros corazones palpitantes, y los calienta, los pone a mil por hora. Así de repente, el mundo se torna de color amarillo y nos perdemos en un sinfín de sonidos psicodélicos. Los taxis son los leones de la ciudad, la recorren de aquí a allá, mientras llevan a la gente en sus vientres, presas de lo desconocido, inmersas en una dulce incertidumbre que no les lleva a ninguna parte y, a la vez, les hace sentir que pertenecen a todo lo conmensurable. Suena John Coltrane en la radio, cualquiera diría que no es el taxista el que nos está llevando y son las notas las que nos acarician y las que dan la fuerza necesaria al motor para que siga avanzando. Cualquiera diría que flotamos sobre el asfalto y nos movemos rumbo a lo desconocido, navegando sobre nuestras sombras en el ocaso del día, hasta que en algún momento muramos y volvamos a nacer. Pero bueno, dejando atrás toda esta poesía, el hostal huele a alcantarilla y las paredes son todo un espectáculo escatológico, la puerta me recibe con una sinfonía rojo incandescente y las bisagras chirrían, aullando de dolor cuando la abro. Bonito cuarto... Vuelta al escepticismo. Me acerco a la lámpara, la intento encender pero en cuanto tiro de la cadena, esta se queda en mis manos, pidiéndome que la mire con incredulidad y me diga "¿qué mierda es esta?". De todas formas no tenía dinero, así que esto lo vine buscando. Quien sabe puede que, después de todo, haya llegado a algún lugar, todos iremos a algún lugar al fin y al cabo, ya sabéis de qué hablo un plan. Todos queremos llegar a un lugar y de hecho algunos llegan, o al menos eso se dicen a ellos mismos. No creo que existan varios lugares, creo que solo hay un lugar en el mundo, el propio mundo, un lugar grande y pequeño a la vez, donde nos tostamos de calor, ahogándonos entre el sudor y la putrefacción de la humanidad. Ahora estoy escribiendo esto, y antes hablaba en presente para dar sensación de espontaneidad, no puedo escribir esta mierda mientras vivo pero si puedo daros la sensación de que vivo mientras escribo. Aunque a pesar de ello, en realidad me desangre en cada frase, mate mi tiempo y lo vuelva ceniza, la misma ceniza que se desprende de mi cigarro y termina cayendo en mi cenicero, la misma ceniza que cae como la nieve, como los restos de un asesinato, los restos de mi paso por la existencia, las huellas de un lobo o las de un perro tuerto que cojea.
Ay perro negro, querido perro negro, mi perro negro. Quien te ve y quien te comprende. Nadie sabe si nadie te comprende o, sencillamente, no te dejas comprender. Nadie sabe si no quieres dejarte comprender o si, por el contrario, no te dejas comprender queriendo. Tampoco nadie sabe, si querías ese hueso o querías abrazar la muerte, pero todo el mundo sabe, mi querido perro negro que, como otros tantos, tú también has sido mecido en la cuna de la vida, como otros tantos se dejan mecer por la muerte sin quererlo, queriendo, o resignándose. El querer, el querer... ¿Tiene algo que ver con las palabras, con una mirada o con la vida el querer? ¿Queremos a alguien sin quererlo querer? ¿No son las palabras más que palabras, que sirven para expresar una emoción doliente, en lo más profundo de nuestro ser? ¿No son el amor, el dolor, acaso la misma muerte, unos hilos que se entrecruzan una y otra vez y crean la maraña de nuestro alma? Quizá la prueba evidente sea que antes hablaba del alma como una botella de cristal o quizá esa botella contenga un mensaje. Todos los escritores, dicen algo sin quererlo y, a la vez, quieren decirlo todo. ¿Existirá acaso una palabra que englobe todo lo que somos y sentimos? ¿Tendría vida el lenguaje si fuera así? Sera esa palabra la palabra vida o existencia, o incluso la palabra humano para aquel ignorante que crea ser el centro del universo, lo crea de él y nosotros. En cualquier caso, todas esas palabras resultan ser algo insulso, escaso en materia ontológica. O al menos así me resultan, ¿son todas las palabras una idea, una misma idea? ¿Son un ideal, algo que sencillamente, forma parte del mundo sensible, en forma de vibraciones sonoras que se extienden a través del aire y hacen chocar unas partículas con otras cuando movemos los labios y chocamos la lengua con nuestro paladar? No creo que ponga eso en la RAE, ni en ningún otro diccionario, de cualquier otra lengua más o menos hablada. ¿Deben ser las palabras ladrillos? Todo escritor es en realidad un arquitecto de las emociones. Todo escritor, es un creador de puentes, puentes que enlazan su alma, con todo lo que sentimos y nos muestran, los más buenos siempre y los malos muy de vez en cuando, una revelación mayor que la que constituye cualquier filosofía. Una verdad que ha de ser mentida, puesto que si fuera de otra manera, no se abrirían esas grietas en nuestros henchidos corazones, cuando hacen que se agiten. Cuando hacen que, a través de esos puentes, unos duendes se instalen dentro de nosotros y nos agiten por dentro. Los escritores vienen con sus duendes a estremecernos, a tocar nuestro nervio y sus duendes traen picas consigo y nos matan con sigilo causando un gran estruendo. Toda obra de arte, es una reminiscencia de nuestra alma. Y las palabras, ladrillos que crean puentes, sobre los cuales los duendes se acercan a nosotros, más cerca de nosotros de lo que nunca nosotros hemos estado. Allá donde habita el silencio y la muerte, en su ombligo. En cualquier caso yo no he venido a hacer eso, yo he venido a cerrar cicatrices, a derruir todos esos puentes y a hacer, que no exista ningún tipo de contacto entre vosotros y el exterior. Haceros permanecer encerrados, incapaces de saltar el muro de vuestra frente, hacer que vosotros mismos os encontréis con la luz, la única luz que existe en el mundo, la única que no es real y que brota de vuestras entrañas o, en mi caso, de los más profundo de mi sombrío corazón. Resulta revelador si, resulta revelador tal vez, revelador, puede que resulte revelador a lo mejor, revelador. Siempre es revelador esconder nuestro misterio como un tesoro y desatar un aura pestilente a nuestro alrededor, que marchite las flores y los corazones. Resulta revelador, tal vez. Pensé en decir liberador, pero no hay nada que nos haga libres y no sea un deslumbramiento, una revelación, una prueba irrefutable de la providencia.
Es curioso cómo la gente siempre responde que el cielo es azul cuando se les hace la pregunta, es muy curioso, curioso y absurdo. El cielo nunca ha tenido un color estático, nunca lo tiene, tampoco se puede decir que sea el azul por el hecho de que la noche es azul y, aunque no se mantenga el cielo azul en todo momento durante el día, la mayor parte del tiempo sea así si le sumamos la noche. La noche es negra, negra como el tizón y, si tenemos en cuenta el argumento que expondría alguno de nuestros queridos idiotas cuya mejor arma es una sonrisa tan superficial como la distancia de aquí a Wisconsin, el cielo también es negro, negro como el tizón puesto que la mayor parte del tiempo se mantiene de ese color. No iré tan lejos de todas formas, también depende de la duración de las noches y los días aunque en realidad las noches sean días sin luz y los días siempre sean una resignación. El espectro de colores del cielo es una metáfora de la epifanía de nuestra existencia y de nuestro eterno conflicto interior. Nosotros existimos en un mundo que ya es sin nosotros pero que con nosotros es menos resignado y más volátil curiosamente a pesar de que en realidad con nosotros es más pesado. Me pregunto cuanta masa perdería la tierra si de repente desapareciéramos todos los humanos, sería como extraer todo el pelo de una bola que ha sido escupida por un gato y quedarnos con nada, con aire vacío en nuestras manos, de ese en el que siempre flotamos y que ensuciamos con nuestra respiración como peces que defecan en el agua de su propia pecera sin nadie que les aguarde y pueda limpiar sus desechos. Sólo que nosotros cagamos por la boca, cagamos palabras y también filtramos el oxígeno en nuestros pulmones para transformarlo en dióxido de carbono y contribuir un poquito más a la hecatombe de la humanidad. Es de esta manera como nosotros convertimos el mundo en una mierda en el sentido más estricto de la palabra.
Nada más llegar a el avión me he quedado absorto en mis pensamientos mientras atravesaba el estrecho pasillo que hay entre los asientos, contemplando el trasero ondulante de la azafata, es lo primero que veo siempre nada más entrar en un avión, y es que echamos menos mierda por el culo que por nuestra boca. Vi el otro día que la mierda contiene un 78% de agua, ¿y el agua tiene oxigeno no? deberíamos comer todos un poco de mierda para contribuir a un mundo mejor o al menos a hacer de nuestra boca, algo más limpio y menos infestado de bacterias. Si, la verdad es que le comería el culo a esa azafata, lo comería con saña. Ahora que lo pienso escribir un libro no es algo tan inútil teniendo en cuenta que estoy descubriendo cosas nuevas sobre mí mismo como por ejemplo mi secreta afición a la coprofilia.
Cuando un hombre me habla de la importancia de la belleza en las mujeres le digo inmediatamente que se compre un caniche y no me haga perder el tiempo con sandeces. Hablaba de curiosidades antes, y de nuevo me remito a ello, es curioso como a la par que envejecemos nos observamos cada vez más a nosotros mismos como unos pobres animales y al ser humano en general, como un montón de gorilas que descansan en la monotonía y se pudren en un vaivén entre el dolor y el hastío y entre el hastío y el dolor. Es que somos más parecidos a los gorilas de lo que creemos, la única diferencia es que ellos tienen más pelo y no "cagan" tanto.
Me he hecho con el asiento número 35 y como no, le he cedido el sitio que hay al lado de la ventana a una joven muchacha de pelo lacio con un paraguas azul del que no se ha querido despegar durante el viaje. Muchas veces en un viaje como es la vida llevamos más cosas nuestras en un sólo objeto que en una maleta repleta de artilugios inútiles. Hemos hablado del amor y de algunas absurdas medidas de seguridad que toman ciertas compañías aéreas, como la de colocar los asientos al revés para no cortarnos por la mitad con el cinturón de seguridad a lo largo de un accidente de avión. Algo tan absurdo como leer un tebeo frente a un pelotón de fusilamiento y pedirles que aguarden a que termine la historia. Aún creo recordar algún fragmento de la conversación de esta mañana:
-¿Crees en una media naranja? ¿Algo así como un amor eterno?
-Creo en los animales que se llamen las heridas
-A mí me gustaría creer que algún día seré un fantasma y podré ver el mundo sin sentir dolor y apreciar toda su belleza. Ver lo maravilloso que es lo que en un momento me pareció cruel y miserable o simplemente ignorar al ser humano y refugiarme en lo más profundo del océano y observar a todos esos tiburones inofensivos, observar todo aquello que nunca jamás nadie pudo ver y decir "¿pues vaya mierda no?" o flotar y flotar y ver a los monjes en las montañas y ya no pensar "que sabios son" sino "desde aquí arriba se pueden apreciar mejor sus calvas perfectas". Flotar y flotar hasta llegar al espacio y ver el sol y atravesarlo y luego atravesar los anillos de Saturno y el propio Saturno y atravesar Júpiter y luego hacer como que me siento encima de Plutón mientras me río para mis adentros, pensando que es imposible que un fantasma se siente en ningún lugar pero sería un gesto divertido. Seguro que si lo viera otro fantasma le parecería muy gracioso, aunque bueno, si no existiera el dolor tampoco me reiría y además es un poco absurdo pensar en un fantasma flotando en el espacio. Pero quien sabe a lo mejor en realidad no lo es, quiero decir que bueno, lo más seguro es que por eso no haya fantasmas aquí y que por eso no creemos que existen. Porque están todos dispersos por el universo, por miles de lugares mucho más interesantes que donde estamos nosotros. A lo mejor somos los vivos los que damos vida a los fantasmas, cuando pensamos en ellos, a lo mejor si ahora de repente pensara en mi abuelo y le recordara y llorase, o simplemente esbozara una amarga sonrisa el acudiría aquí. Puede que los fantasmas tengan una máquina mediante la cual, reciben el aviso de sus seres queridos y acuden a ellos enseguida, y luego de ellos depende la elección de hacernos sonreír o llorar con sus recuerdos. A lo mejor los fantasmas son más reales que nosotros y nosotros somos su reflejo, a lo mejor un fantasma está escribiendo esto, sólo a lo mejor. Solo a lo mejor la vida es una pesadilla de la cual debemos despertar.
Obviamente no la dije eso ni tampoco ella me dijo aquello, ni siquiera hablamos sobre nada trascendente, pero mentir en la literatura es la máxima consigna. Necesitamos mentir para decir la verdad, no hay límites entre la verdad y la mentira, la verdad es una mentira que converge con la realidad, y la mentira algo que converge siempre con lo que sentimos, la verdad ha de ser aceptada queramos o no, y la mentira siempre nos ofrece un agujero donde guarecernos. Digamos que de cada mil mentiras hay una verdad, pero esa verdad jamás habría existido de no existir las mentiras que la preceden. Las mentiras y la verdades, están hechas de la misma sustancia, ambas son lo mismo, solo la realidad dicta la sentencia y, para que nos vamos a engañar, si la realidad cambia y con ella, las verdades, no hay razón para creer, nunca la ha habido, pero todos lo hacemos, necesitamos creer para saber, y saber para morir.
V. Orina
El tiempo nunca estuvo de nuestra parte y, como era de esperar, me ha esperado el principio de un final inesperado. Hoy he soñado con un perro negro, un perro que escarbaba en el suelo, en busca de un hueso que probablemente estuviera allí, o en ninguna parte. En cualquier caso, los perros tienen un agudo sentido del olfato y tienen idea de por dónde van gracias a su hocico, pero mira por donde, este perro tenía el hocico destrozado, completamente desgarrado por la vida. Por una pelea con otro chucho mal parido o a causa de su torpeza, también pudo haber sido pataleado por un humano o alguien se divirtió estando ebrio, y le corto la nariz con una navaja. Sea como sea el resultado ha sido completamente inapreciable y difícil de descifrar, sus causas. El tiempo siempre cierra las heridas y deja unas terribles cicatrices tan hermosas como difíciles de descifrar. Las cicatrices son un misterio encerrado en nuestra alma, que es una botella translucida de vidrio, como cualquier otra. Como otras tantas botellas de vidrio translucido puestas de mala manera, unas sobre otras, algunas rotas y otras brillantes como el primer día, pero tan llenas de bacterias por dentro como el resto. Montones de botellas puestas de mala manera en el vertedero de la vida, la basura de la experiencia. Nuestro querido perro negro, y digo querido no por otra cosa sino porque se suele emplear a la hora de hablar de algún personaje de alguna historia, se guía ciegamente por la fe, como otros tantos humanos porque ¿quién dijo que la fe no era un asunto tanto de humanos como de animales? más bien de animales en general, y perdóneme la iglesia católica pero es que es lo mismo un mono vestido con harapos, que un mono luciendo una mitra, palabra de Dios, de un Dios de uno mismo. Y digo también nuestro perro porque es mío, pero el vertedero al que todos pertenecemos de alguien debe ser. Aunque ese alguien, este oculto bajo la tierra, como un hueso roído por las alimañas. Nuestro querido perro empezó a escarbar y a escarbar, hasta que terminó cansándose y se echó a dormir, se echó a dormir pero no se durmió, no podía dormirse. Sabía que aquel día moriría de hambre buscando algo que jamás encontraría, murió el mismo día que se encontró cara a cara con la fe. Se encontró con la fe y la fe era un montón de tierra escarbada. Nuestro querido perro, murió de frío y de hambre. Y la verdad es que hay tantos tipos de muertes de perro como de perros, como también hay tantos tipos de muertes humanas, como humanos. Dentro del género humano, también se encuentran muchos hombres y muchas mujeres, y de ellos la mujer siempre ha sido superior, siempre ha sido capaz de percibir lo imperceptible. Hay hombres de acción y de sofá, como los hay de alcohol y de agua, hay hombres que aman a las mujeres y otros que se esconden de ellas en cualquier lugar donde no de ni el sol, ni la lluvia. También hay hombres exitosos y otros que se encuentran agazapados en el rincón del miedo, escondiéndose de ellos mismos y del mundo. Yo soy uno de esos hombres, soy el miedo asomándose dentro de ti, soy un escalofrío que recorre tus entrañas y las revuelve hasta convertirlas en algo parecido a un ovillo de lana, solo que si lo tocas duele y tiene un apestoso hedor a alcantarilla. En cualquier caso el dolor siempre está ahí, cobrando la forma de un perro negro o de un corazón agujereado. El dolor siempre está presente frente a nosotros, como un éter que flota sobre nuestras cabezas, un éter que de vez en cuando nos da un golpecito en el cerebro después de pasar a través de nuestras fosas nasales y nos hace flipar como nunca. Quizá lo único bueno que nos podamos llevar de esta vida sea el dolor, cuanto más azotado has sido por él, mas has aprendido de la vida y hay gente que ha aprendido tanto, que no quiere vivir más. Siempre ha estado ahí, el dolor si, el mismo, lo que ocurre es que a causa de la cotidianeidad, hemos terminado asumiéndolo cada vez con más naturalidad y casi nos hemos olvidado de su presencia. Pero aun así, cada día miramos al diablo a los ojos y nos preguntamos que quienes somos en este mundo, tan lleno de odio y rencor, tan retorcido y podrido por dentro, como una manzana infestada de gusanos en su interior. Cada día nos lo preguntamos, con el mismo fervor aún sin darnos cuenta, y nos retorcemos por dentro como un estropajo y echamos todas nuestras entrañas por nuestros agujeros, ya sea en forma de lágrimas de cristal, de menstruación u orina. Depende del momento. Pero el tiempo nunca estuvo de nuestra parte, y mucho menos de la mía. Así que aquí me encuentro, perdido en un hostal de una de las empinadas calles de la isla de Creta, una de los montones de islas que pertenecen a uno de los montones de océanos, de uno de los montones de planetas que se encuentran en una de todas las galaxias, que se encuentran en un diente de ajo. Tras salir del Heraklion, he llamado a un taxi y, justo en el momento de abrir la puerta, la chica del paraguas azul me ha ofrecido un trabajo en uno de los restaurantes de su padre. Al parecer, es un hombre bastante adinerado y tiene varios restaurantes dispersos por Creta, incluso algunos alrededor de la península, en la costa. Los griegos son muy guapos, y las personas feas causamos un cierto espanto a los velezanos, por eso ha resultado algo extraño que Laila me ofreciera un techo, en una de las habitaciones del hostal donde ella vive y que esta sobre mi futuro lugar de trabajo. Laila, como la canción de Eric Clapton, recuerdo cuando la escuchaba siendo adolescente, quien sabe a lo mejor todo esto ya estaba escrito, solo a lo mejor. Las luces de la ciudad parecen estrellas fugaces, recorriendo la inmensidad de lo desconocido, estrellas que se disparan hacia nuestros corazones palpitantes, y los calienta, los pone a mil por hora. Así de repente, el mundo se torna de color amarillo y nos perdemos en un sinfín de sonidos psicodélicos. Los taxis son los leones de la ciudad, la recorren de aquí a allá, mientras llevan a la gente en sus vientres, presas de lo desconocido, inmersas en una dulce incertidumbre que no les lleva a ninguna parte y, a la vez, les hace sentir que pertenecen a todo lo conmensurable. Suena John Coltrane en la radio, cualquiera diría que no es el taxista el que nos está llevando y son las notas las que nos acarician y las que dan la fuerza necesaria al motor para que siga avanzando. Cualquiera diría que flotamos sobre el asfalto y nos movemos rumbo a lo desconocido, navegando sobre nuestras sombras en el ocaso del día, hasta que en algún momento muramos y volvamos a nacer. Pero bueno, dejando atrás toda esta poesía, el hostal huele a alcantarilla y las paredes son todo un espectáculo escatológico, la puerta me recibe con una sinfonía rojo incandescente y las bisagras chirrían, aullando de dolor cuando la abro. Bonito cuarto... Vuelta al escepticismo. Me acerco a la lámpara, la intento encender pero en cuanto tiro de la cadena, esta se queda en mis manos, pidiéndome que la mire con incredulidad y me diga "¿qué mierda es esta?". De todas formas no tenía dinero, así que esto lo vine buscando. Quien sabe puede que, después de todo, haya llegado a algún lugar, todos iremos a algún lugar al fin y al cabo, ya sabéis de qué hablo un plan. Todos queremos llegar a un lugar y de hecho algunos llegan, o al menos eso se dicen a ellos mismos. No creo que existan varios lugares, creo que solo hay un lugar en el mundo, el propio mundo, un lugar grande y pequeño a la vez, donde nos tostamos de calor, ahogándonos entre el sudor y la putrefacción de la humanidad. Ahora estoy escribiendo esto, y antes hablaba en presente para dar sensación de espontaneidad, no puedo escribir esta mierda mientras vivo pero si puedo daros la sensación de que vivo mientras escribo. Aunque a pesar de ello, en realidad me desangre en cada frase, mate mi tiempo y lo vuelva ceniza, la misma ceniza que se desprende de mi cigarro y termina cayendo en mi cenicero, la misma ceniza que cae como la nieve, como los restos de un asesinato, los restos de mi paso por la existencia, las huellas de un lobo o las de un perro tuerto que cojea.
Ay perro negro, querido perro negro, mi perro negro. Quien te ve y quien te comprende. Nadie sabe si nadie te comprende o, sencillamente, no te dejas comprender. Nadie sabe si no quieres dejarte comprender o si, por el contrario, no te dejas comprender queriendo. Tampoco nadie sabe, si querías ese hueso o querías abrazar la muerte, pero todo el mundo sabe, mi querido perro negro que, como otros tantos, tú también has sido mecido en la cuna de la vida, como otros tantos se dejan mecer por la muerte sin quererlo, queriendo, o resignándose. El querer, el querer... ¿Tiene algo que ver con las palabras, con una mirada o con la vida el querer? ¿Queremos a alguien sin quererlo querer? ¿No son las palabras más que palabras, que sirven para expresar una emoción doliente, en lo más profundo de nuestro ser? ¿No son el amor, el dolor, acaso la misma muerte, unos hilos que se entrecruzan una y otra vez y crean la maraña de nuestro alma? Quizá la prueba evidente sea que antes hablaba del alma como una botella de cristal o quizá esa botella contenga un mensaje. Todos los escritores, dicen algo sin quererlo y, a la vez, quieren decirlo todo. ¿Existirá acaso una palabra que englobe todo lo que somos y sentimos? ¿Tendría vida el lenguaje si fuera así? Sera esa palabra la palabra vida o existencia, o incluso la palabra humano para aquel ignorante que crea ser el centro del universo, lo crea de él y nosotros. En cualquier caso, todas esas palabras resultan ser algo insulso, escaso en materia ontológica. O al menos así me resultan, ¿son todas las palabras una idea, una misma idea? ¿Son un ideal, algo que sencillamente, forma parte del mundo sensible, en forma de vibraciones sonoras que se extienden a través del aire y hacen chocar unas partículas con otras cuando movemos los labios y chocamos la lengua con nuestro paladar? No creo que ponga eso en la RAE, ni en ningún otro diccionario, de cualquier otra lengua más o menos hablada. ¿Deben ser las palabras ladrillos? Todo escritor es en realidad un arquitecto de las emociones. Todo escritor, es un creador de puentes, puentes que enlazan su alma, con todo lo que sentimos y nos muestran, los más buenos siempre y los malos muy de vez en cuando, una revelación mayor que la que constituye cualquier filosofía. Una verdad que ha de ser mentida, puesto que si fuera de otra manera, no se abrirían esas grietas en nuestros henchidos corazones, cuando hacen que se agiten. Cuando hacen que, a través de esos puentes, unos duendes se instalen dentro de nosotros y nos agiten por dentro. Los escritores vienen con sus duendes a estremecernos, a tocar nuestro nervio y sus duendes traen picas consigo y nos matan con sigilo causando un gran estruendo. Toda obra de arte, es una reminiscencia de nuestra alma. Y las palabras, ladrillos que crean puentes, sobre los cuales los duendes se acercan a nosotros, más cerca de nosotros de lo que nunca nosotros hemos estado. Allá donde habita el silencio y la muerte, en su ombligo. En cualquier caso yo no he venido a hacer eso, yo he venido a cerrar cicatrices, a derruir todos esos puentes y a hacer, que no exista ningún tipo de contacto entre vosotros y el exterior. Haceros permanecer encerrados, incapaces de saltar el muro de vuestra frente, hacer que vosotros mismos os encontréis con la luz, la única luz que existe en el mundo, la única que no es real y que brota de vuestras entrañas o, en mi caso, de los más profundo de mi sombrío corazón. Resulta revelador si, resulta revelador tal vez, revelador, puede que resulte revelador a lo mejor, revelador. Siempre es revelador esconder nuestro misterio como un tesoro y desatar un aura pestilente a nuestro alrededor, que marchite las flores y los corazones. Resulta revelador, tal vez. Pensé en decir liberador, pero no hay nada que nos haga libres y no sea un deslumbramiento, una revelación, una prueba irrefutable de la providencia.
V. Submarino
Creo creer que creo. Creo creer que creo creer. Creo creer que creo creer que creo. Creo creer que creo creer que creo creer que creo, sé que creo. Hasta para creer algo, algo hay que saber, el saber nos mantiene anclados al territorio vital. Sabemos sin saberlo, ¿pero cómo podemos saber sin saber si ahora, sabemos que sabemos sin saberlo, es algo que no podemos saber? ¿Qué es lo que sabemos sin saber? Porque o se sabe o no se sabe pero no se sabe sin saber, no se puede afirmar que sabemos algo sin saberlo, eso es algo que no se puede saber. Y también sabemos que no se puede saber algo sin saberse. Sabemos que sabemos, pero no que no sabemos porque no se puede saber sin saber y mucho menos saber que se sabe sin saber aunque sepamos gracias a ello que no se puede saber sin saberlo. Pero entonces porque si no sabemos sin saberlo a veces caemos en una eterna espiral de fe. Un laberinto del creer, en el que creemos, creemos y creemos, pero no sabemos. ¿Acaso no se sabe nada? Nunca podremos saber si no se sabe nada. Y sobre todo nunca podremos saber si sabemos sin saberlo o no saber si sabemos sin saberlo, elijamos lo que elijamos, solo se puede creer. Pero entonces sabríamos que creemos, eligiésemos lo que eligiésemos y ¿no sería eso volver de nuevo a la misma cuestión? He aquí la fe.
Un hermoso sol negro, la fe. Un sol que destruye y engendra. Todo eso está dentro de nosotros, somos fe, somos esperanza. Dicen que para Lorca el verde era el símbolo de la muerte. Muchas veces me he preguntado si esto tenía un significado concreto, si el verde era también por la esperanza, esa esperanza que es nuestro punto más fuerte y, a la vez, lo que más débiles nos hace, si aquel significado de la muerte guardaba alguna relación con la esperanza. También dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y por eso también me he preguntado si es eso a lo que lo que él se refería, lo último que queda en los albores de nuestra desaparición es la esperanza y como la muerte, nunca la sentimos, es esta la esperanza en su esencia, la esperanza en su estado más puro la que aparece antes de morir, nuestra muerte realmente. Morimos en la esperanza porque siempre, hay un final inevitable y siempre una final esperanza, una esperanza que recorre nuestro cuerpo en busca de una respuesta. Es quizás la esperanza la razón por la que Lorca dijo eso y a su vez la razón por la que a lo largo de nuestra vida, unas veces más y otras veces menos, creemos estar esperando a algo que jamás va a llegar. Sera la muerte, ese tranvía que esperamos en el andén de la desolación, bajo el frio de Noviembre. Con las manos entumecidas junto a nuestros dedos, que se esconden como gusanos en nuestros guantes o en nuestros bolsillos, para algunos en ningún lugar se esconden, serán esos dedos que tienen frio la metáfora del gusano vencedor, que más tarde o más temprano nos recorrerá por dentro.
Mientras pienso todo esto, desaparece en un soplo la ciudad, se desvanecen los días y la noche se cierne sobre nosotros como un manto sobre los pechos desnudos de los hombres que embriaga nuestra respiración, acentúa el ritmo de la materia de nuestra carne. Que agita la realidad y esconde la memoria, esconde la prueba de la derrota del cuerpo frente al alma, el triunfo del espíritu agonizante, olvidado en el recuerdo. Hoy ha sido mi primer día de trabajo y la verdad es que muy contento no me he ido, no digo que me queje de la labor no, no. Para nada, uno ha de asumir la torpeza de los primeros días, en los que se anda a trompicones pero eso sí, sin olvidarse de levantar la cabeza como los gigantes y los enanos. Aunque terminemos con el cuello agotado, destrozado por las agujetas. Algunos individuos, con complejo de megalómanos, observan desde arriba con ojos de halcón para ver que se acontece en el mundo. Y otros con complejo de acomplejados, miran el cielo maravillados y, las pocas veces en las que se les presenta la oportunidad de verlo todo a vista de pájaro, ya sea a hombros de algún gigante, sobre una azotea o incluso en un sueño, ven el mundo imbuidos de un sentimiento megalómano que en nada se diferencia al de los gigantes con la excepción de que se presenta completamente ajeno a cualquier complejo que pueda surgir puesto que al fin y al cabo saben que eso no les va a durar demasiado, o no. Sobre las cinco de la tarde, cuando el sol se presenta adormilado, recostado sobre las nubes rosadas del atardecer, un hombre bigotudo se presentó en el bar y mantuvo una fuerte discusión con Laila. Me habría metido en la trifulca pero siempre he sido algo enclenque. Cuando era pequeño me metía en alguna que otra pelea pero escarmenté a tiempo, tras ver que los resultados no eran muy favorables. Nosotras las personas débiles no nos alejamos de la violencia por miedo o cobardía no hombre. Que no se nos malinterprete. Nosotros, al no disponer de otro medio, a la hora de enzarzarnos en un combate no podemos hacer nada que no sea recurrir al uso de un arma o de una contundente patada en los testículos, no podemos perder el tiempo con puñetazos porque terminaríamos noqueados en el primer asalto. Con esto quiero decir que no podemos sino matar así que, para ahorrar disgustos a los familiares del difunto, mejor guardar las distancias. Aunque en aquel momento no habría dudado en usar un revolver, de haberlo tenido a mano, con tal de demostrar mi valentía a Laila especialmente y también a algún que otro bebedor de los domingos. A veces da la sensación de que nos quedamos cortos amando, y entonces el tiempo se encoge dentro de sí, hasta convertirse en un punto, como un acordeón que de repente se cierra todo lo que puede colapsar. Los instantes se superponen los unos con los otros, como coches en un atasco por Madrid, y nada tiene sentido.
Mientras fregaba los vasos en aquel tugurio pensaba en viejos amigos, recuerdos y fantasmas del pasado que me sacaban de mí mismo, para meterme en mi mismo. Recuerdo una noche lluviosa, en la que brotaba el alcohol en nuestra sangre, en la de un amigo y en la mía. Un amigo cuyo nombre he olvidado, nunca fui muy bueno con los nombres aunque reconozco que entre mis escasas virtudes, distingo la de ser un buen fisionomista. No recuerdo los rasgos de su cara exactamente pero si le viera ahora le identificaría al instante, quizá por su forma de andar, apresurada a veces, y otras vacilante pero sin perder la compostura. Quizá por el brillo de sus ojos, de una triste felicidad como de noche encendida, un lucero reflejado en el charco de un bosque. Un charco del que beben los ciervos muertos de sed, muertos de vida. Recuerdo una noche si, una lluvia de noviembre que parecía gozar flotando en el aire, parecía ensimismarse en seguir ahí flotando sobre nosotros, una lluvia que parecía querer subir hacia arriba, valga la redundancia. Estábamos observándola con admiración, agazapados en un rincón sombrío situado al final de unas escaleras que daban a la entrada de la estación a la que entraríamos mas tarde, aunque no sé si entramos, da igual. Él me dijo, me dijiste ¿"mira esa lluvia no es mortal?" y yo pensé "la lluvia es inmortal" pero era algo tan absurdo que decidí guardarlo para mis adentros. Puede que no sea un hecho muy significativo pero que significado hay que no dependa de nuestra experiencia, la basura de la experiencia. Yo lo recuerdo, y sonrió, siempre que recuerdo algo semejante con él o con cualquier otro sonrío, no queda otra que sonreír supongo. Aquellos días eran de una maldad sublime, vivimos en una realidad sublime. Éramos nosotros y el mundo, nosotros conspirando contra el mundo y el mundo, secretamente y sin que apenas nos diéramos cuenta, conspirando contra nosotros. Añoro esos días, vaya que si los añoro. Ahora los días son trenes de luz que pasan a toda velocidad y se paran en las estaciones de la noche, del frio y del invierno. En ellas se bajan los transeúntes como los supervivientes de un naufragio y caminan, nunca sobre los mismos pasos que dejaron ayer ni tampoco en el mismo lugar ni en la misma estación, pero siempre sintiendo lo mismo, al bajar del andén. Un sabor metálico, hiriente y hierático, como de una vida traspasada, un navajazo que ha desgarrado nuestras telas y nos ha dejado al descubierto, desnudos e impávidos. Al principio sentíamos frio, éramos azotados por el invierno pero con el tiempo, si no hemos creado nuestra propia luz al menos si se puede decir que nos hemos endurecido o, al contrario, nos hemos emblandecido lo suficiente como para que los golpes reboten tal y como si fuéramos de goma. Somos los hombres chicle, recorriendo la ciudad de un lado para otro, estirándonos y encogiéndonos a cada suspiro, como en un estruendo de cadenas. El ruido de las cadenas rozándose entre si y arrastrándose en el asfalto. Escuchamos ese ruido y nos asustamos, nos estiramos como hombres chicle que somos y echamos a volar. Volar obviamente en sentido figurado, simplemente nos movemos acrobáticamente, algunos más lentos otros más agiles pero todos nos movemos como gimnastas, eso no quita que haya algún que otro gimnasta obeso. Pero todos somos gimnastas supongo.
Todos colgamos de unas anillas, todos dependemos de nuestra tensión muscular, de nuestra voluntad, pata mantenernos arriba. Y en cuanto caemos no hay tiempo ni siquiera para verlo. Todo se desvanece en un soplo. Nosotros nos desvanecemos, nos sumergimos cual submarino en la aventura del océano salvaje, en los páramos de la eternidad.
Creo creer que creo. Creo creer que creo creer. Creo creer que creo creer que creo. Creo creer que creo creer que creo creer que creo, sé que creo. Hasta para creer algo, algo hay que saber, el saber nos mantiene anclados al territorio vital. Sabemos sin saberlo, ¿pero cómo podemos saber sin saber si ahora, sabemos que sabemos sin saberlo, es algo que no podemos saber? ¿Qué es lo que sabemos sin saber? Porque o se sabe o no se sabe pero no se sabe sin saber, no se puede afirmar que sabemos algo sin saberlo, eso es algo que no se puede saber. Y también sabemos que no se puede saber algo sin saberse. Sabemos que sabemos, pero no que no sabemos porque no se puede saber sin saber y mucho menos saber que se sabe sin saber aunque sepamos gracias a ello que no se puede saber sin saberlo. Pero entonces porque si no sabemos sin saberlo a veces caemos en una eterna espiral de fe. Un laberinto del creer, en el que creemos, creemos y creemos, pero no sabemos. ¿Acaso no se sabe nada? Nunca podremos saber si no se sabe nada. Y sobre todo nunca podremos saber si sabemos sin saberlo o no saber si sabemos sin saberlo, elijamos lo que elijamos, solo se puede creer. Pero entonces sabríamos que creemos, eligiésemos lo que eligiésemos y ¿no sería eso volver de nuevo a la misma cuestión? He aquí la fe.
Un hermoso sol negro, la fe. Un sol que destruye y engendra. Todo eso está dentro de nosotros, somos fe, somos esperanza. Dicen que para Lorca el verde era el símbolo de la muerte. Muchas veces me he preguntado si esto tenía un significado concreto, si el verde era también por la esperanza, esa esperanza que es nuestro punto más fuerte y, a la vez, lo que más débiles nos hace, si aquel significado de la muerte guardaba alguna relación con la esperanza. También dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y por eso también me he preguntado si es eso a lo que lo que él se refería, lo último que queda en los albores de nuestra desaparición es la esperanza y como la muerte, nunca la sentimos, es esta la esperanza en su esencia, la esperanza en su estado más puro la que aparece antes de morir, nuestra muerte realmente. Morimos en la esperanza porque siempre, hay un final inevitable y siempre una final esperanza, una esperanza que recorre nuestro cuerpo en busca de una respuesta. Es quizás la esperanza la razón por la que Lorca dijo eso y a su vez la razón por la que a lo largo de nuestra vida, unas veces más y otras veces menos, creemos estar esperando a algo que jamás va a llegar. Sera la muerte, ese tranvía que esperamos en el andén de la desolación, bajo el frio de Noviembre. Con las manos entumecidas junto a nuestros dedos, que se esconden como gusanos en nuestros guantes o en nuestros bolsillos, para algunos en ningún lugar se esconden, serán esos dedos que tienen frio la metáfora del gusano vencedor, que más tarde o más temprano nos recorrerá por dentro.
Mientras pienso todo esto, desaparece en un soplo la ciudad, se desvanecen los días y la noche se cierne sobre nosotros como un manto sobre los pechos desnudos de los hombres que embriaga nuestra respiración, acentúa el ritmo de la materia de nuestra carne. Que agita la realidad y esconde la memoria, esconde la prueba de la derrota del cuerpo frente al alma, el triunfo del espíritu agonizante, olvidado en el recuerdo. Hoy ha sido mi primer día de trabajo y la verdad es que muy contento no me he ido, no digo que me queje de la labor no, no. Para nada, uno ha de asumir la torpeza de los primeros días, en los que se anda a trompicones pero eso sí, sin olvidarse de levantar la cabeza como los gigantes y los enanos. Aunque terminemos con el cuello agotado, destrozado por las agujetas. Algunos individuos, con complejo de megalómanos, observan desde arriba con ojos de halcón para ver que se acontece en el mundo. Y otros con complejo de acomplejados, miran el cielo maravillados y, las pocas veces en las que se les presenta la oportunidad de verlo todo a vista de pájaro, ya sea a hombros de algún gigante, sobre una azotea o incluso en un sueño, ven el mundo imbuidos de un sentimiento megalómano que en nada se diferencia al de los gigantes con la excepción de que se presenta completamente ajeno a cualquier complejo que pueda surgir puesto que al fin y al cabo saben que eso no les va a durar demasiado, o no. Sobre las cinco de la tarde, cuando el sol se presenta adormilado, recostado sobre las nubes rosadas del atardecer, un hombre bigotudo se presentó en el bar y mantuvo una fuerte discusión con Laila. Me habría metido en la trifulca pero siempre he sido algo enclenque. Cuando era pequeño me metía en alguna que otra pelea pero escarmenté a tiempo, tras ver que los resultados no eran muy favorables. Nosotras las personas débiles no nos alejamos de la violencia por miedo o cobardía no hombre. Que no se nos malinterprete. Nosotros, al no disponer de otro medio, a la hora de enzarzarnos en un combate no podemos hacer nada que no sea recurrir al uso de un arma o de una contundente patada en los testículos, no podemos perder el tiempo con puñetazos porque terminaríamos noqueados en el primer asalto. Con esto quiero decir que no podemos sino matar así que, para ahorrar disgustos a los familiares del difunto, mejor guardar las distancias. Aunque en aquel momento no habría dudado en usar un revolver, de haberlo tenido a mano, con tal de demostrar mi valentía a Laila especialmente y también a algún que otro bebedor de los domingos. A veces da la sensación de que nos quedamos cortos amando, y entonces el tiempo se encoge dentro de sí, hasta convertirse en un punto, como un acordeón que de repente se cierra todo lo que puede colapsar. Los instantes se superponen los unos con los otros, como coches en un atasco por Madrid, y nada tiene sentido.
Mientras fregaba los vasos en aquel tugurio pensaba en viejos amigos, recuerdos y fantasmas del pasado que me sacaban de mí mismo, para meterme en mi mismo. Recuerdo una noche lluviosa, en la que brotaba el alcohol en nuestra sangre, en la de un amigo y en la mía. Un amigo cuyo nombre he olvidado, nunca fui muy bueno con los nombres aunque reconozco que entre mis escasas virtudes, distingo la de ser un buen fisionomista. No recuerdo los rasgos de su cara exactamente pero si le viera ahora le identificaría al instante, quizá por su forma de andar, apresurada a veces, y otras vacilante pero sin perder la compostura. Quizá por el brillo de sus ojos, de una triste felicidad como de noche encendida, un lucero reflejado en el charco de un bosque. Un charco del que beben los ciervos muertos de sed, muertos de vida. Recuerdo una noche si, una lluvia de noviembre que parecía gozar flotando en el aire, parecía ensimismarse en seguir ahí flotando sobre nosotros, una lluvia que parecía querer subir hacia arriba, valga la redundancia. Estábamos observándola con admiración, agazapados en un rincón sombrío situado al final de unas escaleras que daban a la entrada de la estación a la que entraríamos mas tarde, aunque no sé si entramos, da igual. Él me dijo, me dijiste ¿"mira esa lluvia no es mortal?" y yo pensé "la lluvia es inmortal" pero era algo tan absurdo que decidí guardarlo para mis adentros. Puede que no sea un hecho muy significativo pero que significado hay que no dependa de nuestra experiencia, la basura de la experiencia. Yo lo recuerdo, y sonrió, siempre que recuerdo algo semejante con él o con cualquier otro sonrío, no queda otra que sonreír supongo. Aquellos días eran de una maldad sublime, vivimos en una realidad sublime. Éramos nosotros y el mundo, nosotros conspirando contra el mundo y el mundo, secretamente y sin que apenas nos diéramos cuenta, conspirando contra nosotros. Añoro esos días, vaya que si los añoro. Ahora los días son trenes de luz que pasan a toda velocidad y se paran en las estaciones de la noche, del frio y del invierno. En ellas se bajan los transeúntes como los supervivientes de un naufragio y caminan, nunca sobre los mismos pasos que dejaron ayer ni tampoco en el mismo lugar ni en la misma estación, pero siempre sintiendo lo mismo, al bajar del andén. Un sabor metálico, hiriente y hierático, como de una vida traspasada, un navajazo que ha desgarrado nuestras telas y nos ha dejado al descubierto, desnudos e impávidos. Al principio sentíamos frio, éramos azotados por el invierno pero con el tiempo, si no hemos creado nuestra propia luz al menos si se puede decir que nos hemos endurecido o, al contrario, nos hemos emblandecido lo suficiente como para que los golpes reboten tal y como si fuéramos de goma. Somos los hombres chicle, recorriendo la ciudad de un lado para otro, estirándonos y encogiéndonos a cada suspiro, como en un estruendo de cadenas. El ruido de las cadenas rozándose entre si y arrastrándose en el asfalto. Escuchamos ese ruido y nos asustamos, nos estiramos como hombres chicle que somos y echamos a volar. Volar obviamente en sentido figurado, simplemente nos movemos acrobáticamente, algunos más lentos otros más agiles pero todos nos movemos como gimnastas, eso no quita que haya algún que otro gimnasta obeso. Pero todos somos gimnastas supongo.
Todos colgamos de unas anillas, todos dependemos de nuestra tensión muscular, de nuestra voluntad, pata mantenernos arriba. Y en cuanto caemos no hay tiempo ni siquiera para verlo. Todo se desvanece en un soplo. Nosotros nos desvanecemos, nos sumergimos cual submarino en la aventura del océano salvaje, en los páramos de la eternidad.
Profunda es ahora mi tristeza, ahora que nada queda que decir ni que callar. La aurora se ha desvanecido en el cielo azul, nos ha traído los colores y se los ha llevado mas no cruelmente, solo son maneras de ser y de vivir al igual que otras veces, como esta en concreto, no son más que fenómenos que forman parte del único azaroso elemento de un sistema predeterminado. Quien pudiera entender la naturaleza, cerrar el puño y sentir un millar de secretos agitándose con violencia en su interior para luego, de una manera cautelosa pero elegante y sin ninguna torpeza a la vista, ya sabéis, como los magos, abrir la mano y liberar un sinfín de pájaros y melodías de otros tiempos. Abrir las manos y ver como el verde emana de sus arrugas, la vida colándose a través de las rendijas, ansiosa de un poco de sol y aire.
Un viento se ha levantado como de ninguna parte, como si brotara del interior de la tierra. Un viento seco y calmado que se ha llevado toda la peste y la bruma tras de sí. La bruma, esa maldita bruma que daba lugar a ese ardor en las entrañas que tan alejado me hacía sentir de ti. El viento se lo llevo todo, incluso mi corazón se deshizo con él, y ahora puedo ver todo con más nitidez. Veo tu tristeza, esa melancolía envasada al vacío que evoca la imagen de una bailarina de pies desnudos y manos frías, bailando sobre un charco de hielo y abriéndose paso a través de la noche como un cuervo agitando las alas. Puedo percibir toda esa tristeza flotando en suspensión, la inspiro y luego la trato de expulsar, trato de echar algo más que simple dióxido de carbono pero todo resulta en vano. Peque de soñador soñoliento alguna vez sí, supongo que alguna vez peque de eso, como otros tantos han pecado de otras cosas y a otros les ha pecado la vida demasiado.
Confuso me hallo, caminando entre el gentío y el bullicio como un flamenco rosa estirando sus patas a través de la inmensa orilla de un lago. Un flamenco rosa que de vez en cuando estira la cabeza, gira el cuello con una solemne majestuosidad que no olvida ni la curiosidad ni la gracia de los primeros días. Un flamenco que observa el atardecer. Ese atardecer de tu rostro que se enciende hasta consumirse en su propia llama y convertirse en silencio, hermoso silencio. Me siento como un flamenco hechizado por tu silencio ahora mismo, y puedo parecer un loco pero ¿saben? ¿Quién no está apestado en este mundo? cada uno de nosotros mantiene viva esa peste que se extiende por el mundo y se extenderá mientras todos vivamos, mientras la humanidad siga respirando. Si, ahora te siento cerca, más cerca que nunca, tu desaparición ha constituido para mí la mayor de las revelaciones, tú me has enseñado el silencio y yo así lo he absorbido. Ese silencio tuyo que también es mío y de todos ¿pues de quien es el silencio? Me he expresado mal, hablaba de tu ausencia aunque quizás si quepa añadir que ella es tal que hasta del silencio se apodera por unos instantes y digo el silencio, el silencio en su totalidad no una pizca ni casi todo el si no todo, absolutamente todo el silencio, el infinito silencio. Puede que el silencio no tenga dueño pues el silencio no es nada más que para quien lo percibe y quien lo percibe no es más que la ausencia de la persona anhelada o perdida. Somos un hueco a veces, como muñecos de cerámica; frágiles, hermosos a veces y luego, aunque en nada cambie nuestra forma, causantes del mayor de los horrores, somos seres petrificados y hechos a mano. Muñecos cuyos restos se esparcen por el suelo y chocan entre si los unos junto a los otros, creando ese ruido, ese crujido tan característico que hacemos al pisar varios fragmentos de cerámica con unas botas de cuero. Somos lo que hemos perdido, sencillamente el vestigio de la esperanza. Y la vida es un porque, el porqué de tal vestigio adecuado a cada experiencia individual. Al porqué de las decisiones que hemos tomado, que ya hemos tomado aún sin haberlo hecho a comprender un misterio irracional, el misterio de nuestra identidad que también absorbe todo lo cognoscible. Pues nada es el mundo sin nosotros y nada es tampoco aun con nuestros sentidos de por medio. El todo somos nosotros, dentro de cada uno se encuentra un maravilloso microcosmos en cuyo interior reside lo sublime, lo atroz, abominable, miserable, ostentoso, glorioso y sobretodo innombrable. Al final se encuentra la nada, que todo nos muestra pues solo nos deshacemos del todo inabarcable por la nada, también inabarcable pero sin nada que abarcar.
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