Pobre del que perdona, tan fuerte, tan fuerte,
que la suerte lo abandona.
Cree conocerse, pero su alma lleva un negro antifaz
y tiene la sonrisa de una deliciosa mujer
que observa a su querida Ofelia, desde la fila de un anfiteatro.
Y grita con la fuerza de una jauría de perros enfurecidos...
La vida se marchita, la vida se deshoja
Como una rosa cuyos pétalos se precipitan al vacío y en cuanto tocan el suelo
se convierten en hermosos relojes de arena suspendidos en el aire, por un instante, hasta que vuelven a caer
y se transforman en un montón de arena rodeado de cristales esparcidos por el suelo por un momento hasta que el viento se los lleve o un perro hambriento los devore, cayendo en una temible trampa que nunca pudo evitar.
La transformación del instante da lugar a la hecatombe de la vida y detrás de todas estas palabras hay un significado escondido que deriva de la consecuencia.
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