Cesaron los disparos y los hombres se preguntaron el porque de tan calmada bóveda celeste.
La respuesta estaba en su propia respiración: una corriente indecisa pero segura de su flotabilidad.
Un viento de poniente espantó las nubes y mostró el azul, a veces oculto pero siempre presente de los días venideros, la paz del resguardo de nuestra propia condición la búsqueda de la muerte como salvaguarda de nuestros actos.
Y el odio como único ángel de la guarda que por un tiempo se retira para no ser descubierto por los hombres de blanco corazón.
Y decidme si el odio no es la mayor muestra de amor porque nos matamos entre nosotros, cuando te amo siento que muero por dentro y surge un ángel negro para salir, al fin, de mi blanco corazon mientras una brizna de viento sacude las nubes y las vuelve a traer como si se trataran de las mismas nubes que se posaban sobre nuestra cabeza un cálido día de Abril, de un año y una batalla de la que no me quiero acordar.
De la que mejor no acordarse.
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