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lunes, 15 de octubre de 2012

Ay la vida que se marchita

Pobre del que perdona, tan fuerte, tan fuerte,
que la suerte lo abandona.
Cree conocerse, pero su alma lleva un negro antifaz
 y tiene la sonrisa de una deliciosa mujer
que observa a su querida Ofelia, desde la fila de un anfiteatro.
Y grita con la fuerza de una jauría de perros enfurecidos...
La vida se marchita, la vida se deshoja
Como una rosa cuyos pétalos se precipitan al vacío y en cuanto tocan el suelo
se convierten en hermosos relojes de arena suspendidos en el aire, por un instante, hasta que vuelven a caer
y se transforman en un montón de arena rodeado de cristales esparcidos por el suelo por un momento hasta que el viento se los lleve o un perro hambriento los devore, cayendo en una temible trampa que nunca pudo evitar.
La transformación del instante da lugar a la hecatombe de la vida y detrás de todas estas palabras hay un significado escondido que deriva de la consecuencia.

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